Como ultimamente no tengo nada importante que hacer en la vida, me instalé el balcón a
observar el proceso de secado de la ropa, pertrechado de una gorra con visera y
de una silla de director de cine que me regalaron por mi cumpleaños,
sabiendo ya que
el resto de mi vida lo pasaría, fundamentalmente, sentado. Tocaba la
punta de una toalla y me sentaba a esperar en la silla. A los cinco
minutos la volvía a tocar, y anotaba mis observaciones en una libretita
verde: progresión de secado, tanto, tiempo esperado de secado total,
tanto. Hacía lo mismo con otros tejidos, como algodón, lana, etc. También anotaba las variaciones climatológicas: a las diez
cincuenta y ocho el cielo se cubre parcialmente con una nube de tales
dimensiones, o a las once y veintidós se levanta un viento del noroeste
de tantos kilómetros por hora de velocidad, todo calculado a ojo, e
introducía en los cálculos efectuados las variaciones oportunas. Así hasta que la ropa estaba completamente seca. Mi trabajo exige concentración plena, así que no puedo contestar al teléfono, ni al 1004 ni a nadie. Ahora no sé que hacer con estas tres hojas del cuadernito verde, pero como últimamente no tengo nada importante que hacer en la vida, ya dedicaré una mañana a pensarlo.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Es muy probable que si envías tus observaciones y anotaciones exhaustivas al departamento de Físisca-Química de la Universidad del País Vasco u otro similar, les sirve cuando tengas las anotaciones a lo largo de todo un año y sus correspondientes cambios de estación, para realizar una tesis doctoral "had. hoc".
ResponderEliminarNo va a ser menos interesante que el estudio realizado, con profundidad, seriedad y cálculos matemáticos sobre " si no mojamos menos cuando corremos bajo la lluvia: "http://www.enchufa2.es/archives/confirmado-otra-vez-si-llueve-corre.html" que ya he encontrado por ahí.
No hay casi nada que nos parezca intrascendente, que no sirva a un científico friki, para sus investigaciones. Luego el futuro descubrirá a qué se le puede dar aplicación. Y tú, desde tu silla, sentado y poniendo el cerebro a funcionar, favoreciendo a las investigaciones y logros del futuro. Que igual, por otra parte, saquen de la silla a alguien (no como en tu caso que es para poco tiempo) sino a aquel que lo tenga para más largo.