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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Morirse a lo tonto

"Heriotzak ere ez du sekula kartarik erakusten" (la muerte nunca enseña las cartas), dice Uribe en esa novela tan especial que os he recomendando ni sé las veces ("Bilbao - Nueva York - Bilbao") Yo creo que es al revés, pero la realidad no. La realidad dice que la muerte permanece siempre agazapada detrás de nuestra estupidez. Prueba de ello es que Maria nadaba tan ricamente en un parque de Quebec con su traje de novia, pidiendo que le hicieran fotos, hasta que el traje se hizo tan pesado que la arrastró y la ahogó. El día de su boda, con 30 años. Maria se murió estúpidamente. Igual que Hanna Lundmark imaginó la muerte, como una calma súbita, inesperada, que aparece de ninguna parte, como el viento. Un traslado repentino al socaire.

Jueves indigestos

Venía oyendo la radio y me ha parecido escuchar el anuncio de un tanatorio que ofrece sus servicios a mascotas, garantizando así una despedida cariñosa, intima y personal, y que no tengamos que poner el gato muerto en el cubo de la basura orgánica, o donde se ponga. Y cuando he llegado a casa he puesto mi nombre en el buscador de Google, en imágenes, como hago todos los jueves, y ha aparecido mi foto junto a la de Elvis Presley, Bojan, Martínez - Camino y Pedrito de Campanet. Tengo que dejar la medicación.

tres mentiras seguidas

Se me cayó tinta de la pluma en la camisa blanca más bonita que tengo. Tres manchurrones más bien pequeños y a la altura del omoplato, que no sé cómo fueron a parar ahí. Y como estaban donde estaban, y con un jersey encima ni se notan, y si vas sin jersey, pues tampoco porque la gente te mira a la cara y no a la espalda, pues he seguido usando mi camisa blanca como si el incidente no hubiera tenido lugar. Pero el otro día, mientras tomábamos café en un receso de la reunión, va una chica muy observadora y me dice que tengo la camisa manchada. Yo pongo cara de sorprendido, primera mentira, y digo que dónde, segunda mentira, y ella me dice que aquí, señalando el omoplato, y yo le digo que vaya, no me había dado cuenta, tercera mentira, y que muchas gracias por avisarme. Y todo por no reconocer que yo soy así con mis cosas, que hasta las que no están bien las sigo usando porque yo las quiero, y porque llevar tres manchurrones negros en la camisa convierten a ésta en metáfora de la vida, en

Digresiones fruto de la medicación excesiva

Del tiempo en que estuve enfermo me han quedado secuelas. Como la pertinaz costumbre de mi cerebro de adentrarse por los laberintos de la estulticia y perderse en divagaciones absurdas que no llevan a ningún lado, para desesperación de quienes conmigo viven y conversan, a veces. Lo último que he pensado es que no entiendo muy bien cómo es que en entornos formales me desenvuelvo con soltura, y en situaciones informales, igual que si me hubieran metido el palo de una escoba por la espalda. En los primeros me muestro como alguién hábil en el verbo e ingenioso en la chanza, hasta el punto que yo solito soy capaz de distender ambientes erizados y conducir a buen puerto negociaciones sinuosas. En los segundos me retraigo hasta desaparecer detrás de mi silencio, hasta el punto de que cuando, venciendo la timidez, hago algún comentario que he preparado concienzudamente, para no resbalar, ya se ha pasado el momento, y las personas me miran con ojos que van de la indiferencia amable a la compa

Egunon

Egunon. Nos conocimos por carta, y me conociste escribidor (escritor es otra cosa). Es difícil, después de veintidós años, decir cosas bonitas que no haya dicho ya alguna vez, sobre todo en aquella primera etapa. Y yo no quiero hacer un recopilatorio, como los cantantes que ya no tienen nada nuevo que cantar, o como los poetas abandonados por las musas. Ahora que me he hecho escritor (bueno, más o menos), quiero volver a ser(te) escribidor. Pero la tarea de decirte algo bonito en tu cumpleaños es bien complicada. Tú no lo pones fácil. A veces: - qué guapa estás - estoy gorda Otras veces: - hala!, qué guapa estás hoy. - Tú siempre me ves guapa, no es significativo. Y otras: - no sé para qué te cambias tantas veces de ropa, si tú estás guapa con cualquier cosa que te pongas. - Ay, calla!, si a ti te parece bien todo… Por otro lado, ni yo ni mi alma estamos para muchos trotes verbales. Las palabras se han acostumbrado a mi tristeza, y no me salen limpias, ni cla