Egunon, Mikel. para ver si salgo un poco de casa y aprendo algo, tu tía me invitó anteayer a un concierto en el Euskalduna. La Orquesta Sinfónica de Euskadi interpretaba a Berg. No, yo tampoco sabía quién era Berg. Así que me leí el panfleto que reparten a la entrada. En mala hora. Fíjate lo que decía de la obra que íbamos a oir: "esta ambigüedad entre lo tonal y lo atonal deviene en un profundo recorrido psicológico, apuntalado por la delicada relación de fuerzas entre entre la disonancia y la consonancia, lo familiar y lo extraño, lo crudo y lo refinado, lo intelectual y lo emotivo". Te cagas, pensé. Y fue. Lo que pasó a continuación, cuando la orquesta tocó aquel concierto para violín y orquesta, me va a costar describirlo con palabras. Verás. Una joven rusa, que antes de concertista debió ser bailarina y antes contorsionista, tocaba como con espasmos el violín hasta arrancarle notas imposibles. Tan imposibles que sus compañeros de orquesta no las entendían, o al me
Mikel somos todos los que hemos perdido algo antes de tiempo. El padre, las ganas, el anillo de boda... Mikel somos todos los que hemos enfermado mal y pronto. Mikel somos los que, pese a lo uno o a lo otro, todavía conservamos el interés por levantarle la falda a la vida, a ver qué lleva debajo. Mikel es también el nombre de mi sobrino, al que a veces despierto con este guiño por las mañanas.