Egunon, Mikel.
para ver si salgo un poco de casa y aprendo algo, tu tía me invitó anteayer a un concierto en el Euskalduna. La Orquesta Sinfónica de Euskadi interpretaba a Berg. No, yo tampoco sabía quién era Berg. Así que me leí el panfleto que reparten a la entrada. En mala hora. Fíjate lo que decía de la obra que íbamos a oir: "esta ambigüedad entre lo tonal y lo atonal deviene en un profundo recorrido psicológico, apuntalado por la delicada relación de fuerzas entre entre la disonancia y la consonancia, lo familiar y lo extraño, lo crudo y lo refinado, lo intelectual y lo emotivo". Te cagas, pensé.
Y fue.
Lo que pasó a continuación, cuando la orquesta tocó aquel concierto para violín y orquesta, me va a costar describirlo con palabras. Verás. Una joven rusa, que antes de concertista debió ser bailarina y antes contorsionista, tocaba como con espasmos el violín hasta arrancarle notas imposibles. Tan imposibles que sus compañeros de orquesta no las entendían, o al menos eso me pareció a mí. Si no, no se entiende que cada uno fuera a su rollo, tocando una cosa distinta, uno el violinista en el tejado, otro la conga y otro paquito el chocolatero. Miraba a mi alrededor para ver las caras de las demás personas y no ví a ninguno estupefacto. Todas parecían seguir la interpretación como arrobadas, alguno hasta cerrando los ojos, y entonces pensaba que el imbécil soy yo.
Pedí que me llevaran al bar en el descanso para volver en mí. Para mirar una copa de vino y poder decir "vino".
Funcionó. Volví a la sala y donde decía "música" sonaba música.
Tocaban Beethoven.
para ver si salgo un poco de casa y aprendo algo, tu tía me invitó anteayer a un concierto en el Euskalduna. La Orquesta Sinfónica de Euskadi interpretaba a Berg. No, yo tampoco sabía quién era Berg. Así que me leí el panfleto que reparten a la entrada. En mala hora. Fíjate lo que decía de la obra que íbamos a oir: "esta ambigüedad entre lo tonal y lo atonal deviene en un profundo recorrido psicológico, apuntalado por la delicada relación de fuerzas entre entre la disonancia y la consonancia, lo familiar y lo extraño, lo crudo y lo refinado, lo intelectual y lo emotivo". Te cagas, pensé.
Y fue.
Lo que pasó a continuación, cuando la orquesta tocó aquel concierto para violín y orquesta, me va a costar describirlo con palabras. Verás. Una joven rusa, que antes de concertista debió ser bailarina y antes contorsionista, tocaba como con espasmos el violín hasta arrancarle notas imposibles. Tan imposibles que sus compañeros de orquesta no las entendían, o al menos eso me pareció a mí. Si no, no se entiende que cada uno fuera a su rollo, tocando una cosa distinta, uno el violinista en el tejado, otro la conga y otro paquito el chocolatero. Miraba a mi alrededor para ver las caras de las demás personas y no ví a ninguno estupefacto. Todas parecían seguir la interpretación como arrobadas, alguno hasta cerrando los ojos, y entonces pensaba que el imbécil soy yo.
Pedí que me llevaran al bar en el descanso para volver en mí. Para mirar una copa de vino y poder decir "vino".
Funcionó. Volví a la sala y donde decía "música" sonaba música.
Tocaban Beethoven.
Si hubieras hecho las cosas en orden..., primero al bar y después a eso otro a lo que te invitó tu señora... Que eso de que el orden de factores no altera el producto..., ni los matemáticos se lo creen.
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