Egunon, Mikel.
Hacía tiempo que no te dedicaba este saludo mañanero. En parte es porque me he vuelto tan raro que ya ni saludo por las mañanas. Pero hoy sí, y quiero decirte algo importante. Algo que puede serte de gran utilidad en la vida. Escucha bien: existen pocas tareas tan farragosas como la de juntar cada calcetín con su par.
A mí me cuesta, dadas las circunstancias que me rodean. Lo primero que hay que hacer es que ambos coincidan en el mismo turno de lavadora. Eso ya es difícil, porque como el cubo de la ropa sucia está en el piso de arriba y la lavadora en el de abajo, y un calcetín es una cosa muy pequeña, al menos comparado con una camiseta, cuando subes ufano las escaleras pensando que ya está, una cosa menos, te encuentras dos calcetines por el camino, cada uno de un color o de un tamaño, que terminan siempre en el cubo de la ropa sucia, de arriba. Yo me siento triste en ese momento, porque pienso que pueden pasar semanas hasta el reencuentro.
Si han pasado esta primera prueba, los calcetines han de enfrentarse a otra, no menor, como es la de coincidir en la secadora, que vuelve a estar en el piso de arriba. Aquí pasa al revés, que cuando bajas las escaleras pensando lo de siempre, que ya está, una cosa menos, te encuentras dos calcetines por el camino, cada uno de un color o de un tamaño, siempre distintos a los de los que reposan en el cubo de la ropa sucia del piso de arriba, por lo que el reencuentro debe esperar. Y me siento más triste aún, porque veo que se añade un capitulo más a esta historia de desarraigos que os vengo contando.
Y luego viene cuando, después del secado, la ropa espera sobre la cama ser doblada y guardada. Para esta tarea yo necesito mucha luz, para no confundir colores ni tamaños. A veces con la luz que tengo no me basta, porque hay un color, el azul-oscuro-casi-negro, tan famoso que hasta dio lugar al nombre de una película muy famosa, que yo siempre confundo con el negro, en parte porque son casi iguales y en parte porque soy daltónico, y acaban mezclados calcetines de colores distintos y tamaños parecidos. A mi hija no le importa, porque siempre lleva un calcetín de cada par (dice que como no se ven, le parece una chorrada andar rebuscando, y cuando le doy los calcetines ordenados, ella los desordena y los echa al cajón de cualquier manera), pero a todos los demás, sí, y ahí se multiplican los problemas, y pasan de tenerlos los calcetines a tenerlos las personas, que siempre es más serio.
De vez en cuando abro los cajones y rebusco calcetines sueltos. Suele ser los miércoles a las seis. Y de los cinco cajones que abro suelo sacar unos diecisiete o dieciocho. A veces consigo juntar un par, a veces dos. Y me da mucha alegría.
Y a ellos más.
Creo.
Hacía tiempo que no te dedicaba este saludo mañanero. En parte es porque me he vuelto tan raro que ya ni saludo por las mañanas. Pero hoy sí, y quiero decirte algo importante. Algo que puede serte de gran utilidad en la vida. Escucha bien: existen pocas tareas tan farragosas como la de juntar cada calcetín con su par.
A mí me cuesta, dadas las circunstancias que me rodean. Lo primero que hay que hacer es que ambos coincidan en el mismo turno de lavadora. Eso ya es difícil, porque como el cubo de la ropa sucia está en el piso de arriba y la lavadora en el de abajo, y un calcetín es una cosa muy pequeña, al menos comparado con una camiseta, cuando subes ufano las escaleras pensando que ya está, una cosa menos, te encuentras dos calcetines por el camino, cada uno de un color o de un tamaño, que terminan siempre en el cubo de la ropa sucia, de arriba. Yo me siento triste en ese momento, porque pienso que pueden pasar semanas hasta el reencuentro.
Si han pasado esta primera prueba, los calcetines han de enfrentarse a otra, no menor, como es la de coincidir en la secadora, que vuelve a estar en el piso de arriba. Aquí pasa al revés, que cuando bajas las escaleras pensando lo de siempre, que ya está, una cosa menos, te encuentras dos calcetines por el camino, cada uno de un color o de un tamaño, siempre distintos a los de los que reposan en el cubo de la ropa sucia del piso de arriba, por lo que el reencuentro debe esperar. Y me siento más triste aún, porque veo que se añade un capitulo más a esta historia de desarraigos que os vengo contando.
Y luego viene cuando, después del secado, la ropa espera sobre la cama ser doblada y guardada. Para esta tarea yo necesito mucha luz, para no confundir colores ni tamaños. A veces con la luz que tengo no me basta, porque hay un color, el azul-oscuro-casi-negro, tan famoso que hasta dio lugar al nombre de una película muy famosa, que yo siempre confundo con el negro, en parte porque son casi iguales y en parte porque soy daltónico, y acaban mezclados calcetines de colores distintos y tamaños parecidos. A mi hija no le importa, porque siempre lleva un calcetín de cada par (dice que como no se ven, le parece una chorrada andar rebuscando, y cuando le doy los calcetines ordenados, ella los desordena y los echa al cajón de cualquier manera), pero a todos los demás, sí, y ahí se multiplican los problemas, y pasan de tenerlos los calcetines a tenerlos las personas, que siempre es más serio.
De vez en cuando abro los cajones y rebusco calcetines sueltos. Suele ser los miércoles a las seis. Y de los cinco cajones que abro suelo sacar unos diecisiete o dieciocho. A veces consigo juntar un par, a veces dos. Y me da mucha alegría.
Y a ellos más.
Creo.
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