Bueno, ya está, he cumplido todas las prescripciones del anestesista. Ducharse así, afeitarse esto y aquello, lavarse los dientes y la lengua con esmero, no maquillarse en exceso y dejar las joyas en la caja fuerte. Como la operación es por la tarde, me hizo prometer que no tomaría nada a partir de las siete de la mañana. Dicho y hecho. Son las siete y ya he terminado de desayunar: huevos con chorizo y con torreznos estilo posguerra civil, un poco de salmón ahumado con alcaparras, una copita de cava, un bol de cereales y un café con leche con dos panes tostados con mantequilla y miel. No vaya a ser. Para preparar este frugal almuerzo me he tenido que levantar a las seis. Menos mal que me ha acompañado mi hijo, él con su cola cao y con los huevos metidos en pan para el almuerzo del Insti. Y como ya he preparado el cuerpo, ahora me toca preparar el espíritu, cosa de la que no dijo nada el anestesista, qué raro, será agnóstico o descreído, así que me vuelvo a la cama.
Mikel somos todos los que hemos perdido algo antes de tiempo. El padre, las ganas, el anillo de boda... Mikel somos todos los que hemos enfermado mal y pronto. Mikel somos los que, pese a lo uno o a lo otro, todavía conservamos el interés por levantarle la falda a la vida, a ver qué lleva debajo. Mikel es también el nombre de mi sobrino, al que a veces despierto con este guiño por las mañanas.