Como se acercaba el 1 de septiembre, y hacer limpieza en mi vida me daba una pereza enorme, he hecho limpieza en la cocina, y he tirado a la basura siete mantelitos individuales de hule con dibujos de frutas y verduras que compramos para estimular el consumo de vegetales entre nuestros hijos pero que, después de que comieran judías y espinacas a todas horas, habían perdido su utilidad; otros siete mantelitos individuales de caña que nos trajo mi suegra de Thailandia, porque me recordaban a Thailandia, y a mi suegra, un poco; dos juegos completos de café, porque ya vemos que nunca vendrán a casa a tomar café dos unidades completas del ejército sirio antes de ir a Afganistán; siete frascos de vidrio que guardábamos para embotar bonito, porque, puestos a hacer memoria, nos hemos dado cuenta de que jamás hemos embotado bonito, ni nada; un escurreverduras que me regaló Carmelo (perdóname, Carmelo) porque ahora compramos la verdura escurrida, en bolsas, en plan Rodríguez, y por
Mikel somos todos los que hemos perdido algo antes de tiempo. El padre, las ganas, el anillo de boda... Mikel somos todos los que hemos enfermado mal y pronto. Mikel somos los que, pese a lo uno o a lo otro, todavía conservamos el interés por levantarle la falda a la vida, a ver qué lleva debajo. Mikel es también el nombre de mi sobrino, al que a veces despierto con este guiño por las mañanas.