Yo escucho bastante. Y asisto como espectador alucinado a las discusiones de otros. Por eso creo que tengo un avatar de pescadera.
- ¿siguiente?, preguntó ella.
- yo, dijo una señora de mediana edad, vestida como se va al mercado en los pueblos.
- no, perdone señora, estaba yo, repuso un caballero de la misma edad pero con atuendo playero, sombrero blanco incluído.
Pero la señora prosiguió con la compra mientras el caballero se cabreaba y le decía cosas relacionadas con cómo se piden los turnos, con que este señor (por mí) y yo llevamos aquí un rato y yo la he visto a usted llegar más tarde, que quien le ha dado la vez a usted no la tenía, porque yo no se la he dado... Todo de manera cortés y educada. Yo le daba la razón con gestos, palabras y ostensibles movimientos de cabeza.
- a usted lo que le pasa es que no sabe venir a comprar al mercado, contestó ella sin perder la compostura y sin levantar la voz.
Se acabó. El señor dejó su educación encima de un rape y le dijo a la señora:
- no, no sé venir a comprar al mercado porque solo las que lleváis bragas y tanga sabéis venir a comprar al mercado.
Buf. Nos sobresaltamos bastante todos, la pescadera, un joven que acababa de llegar, yo, y hasta mi cuñado, con el mundo que tiene.
Se ve que la grosería la traía pensada para usarla algún día, porque estaba bastante elaborada. Lo cual habla muy bien de la capacidad de elaboración literaria del individuo. Que digo yo que podía haberla aprovechado, manteniendo la cabeza en su sitio, y haber puesto a la señora en el suyo, sin dejar la educación encima del rape y haciendo gala de sus buenos modales, tan propios de la cultura ampurdanesa:
- Mire señora, es usted tan bella y elegante que, sencillamente, no debería existir. Al menos, en las colas de las pescaderías.
Y hubiera quedado como un rey, con las formas intactas. Pero claro, en el fragor de la batalla dialéctica no estás para pensar sutilezas.
De todas formas, y acabado el incidente, y pese a lo zafio del ataque sexista, yo seguía posicionado del lado del caballero. Porque, en contra de lo que dice mucha gente, la razón no te la quita la mala educación, aunque pierdas el derecho a reclamarla.
Todo esto lo pensé mientras asistía a la discusión, y en los minutos siguientes. ¿Veis? Tengo un avatar de pescadera. Que observo, pero no tercio.
Porque siempre tengo un rodaballo que limpiar.
En todo la veteranía es un grado, hasta en las colas del mercado.
ResponderEliminarLlevamos las féminas tanto tiempo formando parte de ellas, que hasta se pregunta ¿Quién es última? y a mi me hace especial gracia cuando es una voz de hombre que contesta "Yo", no puedo deja de darme la vuelta para mirarle la cara de merluza que se le ha tenido que quedar.
Los subterfugios que las mujeres han elaborado a lo largo de siglos haciendo cola (y mira que el término es masculino, lo más) son sutiles.
La última experiencia ha sido la de una mujer haciéndose la sorda y llegándose hasta el mostrador y que al cabo de un rato me pregunta ¿Yo estoy delante de usted, verdad?. "No puede ser, porque ya me están atendiendo y le he dado la vez a esta señora que está aquí detrás".
Pues nada, se queda allí como si el carnicero fuera de su propiedad y me lo hubiera prestado un rato. Oí que se armaba revuelo cuando acabé y salía por la puerta. ¡Jolín la sorda, no sé si lo está o se lo hace, pero siempre el mismo rollo para salir antes de la tienda!
Es de admirar la paciencia, la resignación y el saber estar de los del mostrador porque a ellos les toca siempre escuchar los mismos bodrios; no creo que nadie les sorprenda con una novedad que les resulte divertida y les haga soltar el rodaballo por unos instantes. Y tienen suerte de tener algo que hacer en esos momentos, porque vergüenza ajena es lo que más se suele sentir entre las/ los de la cola.