Ir al contenido principal

Declaración de intenciones


Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda

El asedio, de Arturo Pérez Reverte


Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué.

Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red.

¡Qué gusto volver a escribir!

Comentarios

  1. Cómo me alegra!!!

    Más de uno se ve que no se resignaba: soy la visita número 47; que para "no haber habido nada que visitar"..., tiene mérito.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, pues si es aquí, aquí será. Ala, ánimo y a seguir igual.

    ResponderEliminar
  3. ¿Más de 80 visitas en el primer día en el nuevo hogar? ¿Y a las 09.30am?
    :)

    ResponderEliminar
  4. Esto ya está en marcha y a toda vela. Espero que disfrutes y nos hagas disfrutar a nosotros tambien. ¡Bienvenido!

    ResponderEliminar
  5. SI, si, si, mendi ya está aqui!!!

    ResponderEliminar
  6. ¡Genial! Echaba en falta todos los días la lectura chispeante del egunon.
    Sofía.

    ResponderEliminar
  7. Qué torpeza la mia, ayer envié un comentario y parece que no lo envié por el canal adecuado ya que no ha llegado a su destino.

    Lo que decía basicamente es que andaba yo buscado los egunones desde aquel con el fondo de luto y zas! me encuentro que ahí estas de nuevo. Qué alegrón pues!

    ResponderEliminar
  8. Me gusta el nuevo fondo que has elegido donde compartir toda esa sabiduría...¡A disfrutar de la búsqueda!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque