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Mostrando entradas de 2023

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

El producto fútbol y sus subproductos (1): el megáfono.

Egun on, Mikel. A mí me gustaba el fútbol. Me gustaba tanto que iba a San Mamés una hora antes del comienzo del partido, porque había otros a los que gustaba el fútbol, e iban también una hora antes, y no había buen sitio para todos en la vieja Preferencia Norte de pie o en la nueva Grada Sur, también de pie, y convenía coger barra en la que posar el culo.   El ir por la Gran Vía era ya un estar, con camiseta sin marca, bufanda de lana sin mensajes y bandera con palo de madera de las que ya no se pueden meter al campo y con los que jamás vi a nadie agredi r a nadie.  Los cánticos empezaban a las cuatro y cuarto, cuando el grupo de voces daba ya para un coro. Y le cantábamos al aire, porque en el campo no había ni futbolistas ni más espectador que nosotros mil. Luego entonábamos a ratos, no todo el partido, por respeto al común de espectadores, de perfil sosegado. Teníamos un repertorio muy limitado de canciones, de ínfima calidad artística, pero que atronaban el estadio. Y no seguíamos

El ser humano en busca de la infelicidad

Egun on, Mikel Ya sé que ya estás trabajando, pero eso no te excusa de leer filosofía.  En 1670, Pascal escribió que  "la infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación." Yo pienso en ello a menudo. Lo hago cada vez que salgo a la carretera y veo la A-8 colapsada en dirección a Castro, Laredo y Noja, que son tres sitios donde los vizcaínos insatisfechos con su vizcainidad buscan compensaciones de algún tipo. Pienso en ello, también, y me recorre un escalofrío el espinazo, cuando la AP-7 me enseña Benidorm, y cuando veo imágenes de humanos venidos de los lugares más remotos, venidos incluso de Bilbao, porfiando a las siete de la mañana por un metro cuadrado de arena de playa en el que poner la toalla para juntarse durante horas con miles de personas semidesnudas que van y vienen e incordian y se alivian en el tiempo del baño, contribuyendo así de manera notable a la par que asquerosa al recalentamiento del ya recalentado Med

Azul marino, que pega con todo

  Egun on, Mikel. hablando de ropa, a veces vestir de manera acorde a la dignidad, gobierno y edad de cada uno no es una cuestión de buen gusto, de educación, de respeto a las formas, de urbanidad o de como quieras llamarlo,   sino de estar bien asesorado. Es el caso de aquellas personas que, como yo, no saben qué color pega con cual, ni por qué, ni qué sienta bien o qué sienta mal., en esta o aquella estación, en esta o aquella circunstancia, o en esta o aquella época de la vida. No irás a salir así a la calle, me dijo una vez mi asesora de imagen, a la que nadie nombró para ese puesto, y que también es mi esposa. No me dijo que no se me ocurriera ir “así” a trabajar, o a una cita con alguien importante, o a una cita con alguien que fuera menos importante, o a una entrevista en televisión, o a un pase de fotografías, o a la boda de un sobrino, sino a comprar el pan, que es a donde iba, a un establecimiento que está a menos de 50 metros de casa, trayecto en el que era tan probable qu

El asesino no es el mayordomo

Mi alma, o mi espíritu, o como llaméis a esa parte del ser humano inobservable a simple vista, está harta de mi cuerpo, porque no está lo que tiene que estar. Ni ve lo que tiene que ver, ni oye lo que tiene que oir, ni usa la agenda con buen criterio. Y le echa la culpa de todo. De que no vea lo resbaloso del piso y rompa el peroné, de que atraviese un cristal de dos por uno y haga trizas nervios, tendones y epidermis, o de que deje entrar en la boca una rodaja de calabacín grasosa e incandescente y abrase el paladar hasta dejar insensibles oído y olfato. Por poner solo los últimos ejemplos. Y, se ensaña, el alma, llamando al cuerpo imbécil, tarado y muñón. Y el cuerpo se mosquea, porque el alma lo trata como a un mayordomo incapaz. Y yo estoy empezando a sospechar que el asesino no es el mayordomo, digo, el cuerpo, sino mi alma.

Miradme con buenos ojos.

Egun on, Mikel. Mi natural despacioso, lento para algunos, parsimonioso para algunos más y desesperante para la mayoría, que hace del despiste la piedra angular, irónico casi siempre, sobre todo desde que Javier Cercas me reveló que la ironía es una forma de conocimiento tan útil como la ciencia, me ha conducido al desastre en innumerables ocasiones, cuando no a la incomprensión y al desprecio, como aquella vez en la que entregué, en el transcurso de un partido de fútbol, al robusto caballero que llamó hijo de la gran puta a mi hijo por un agarrón absolutamente necesario, falta técnica se llama ahora, justamente sancionado con amarilla por la colegiada, que es lo que tiene jugar de medio centro, que te desbordan, encaran, y tienes que enfrentar la disyuntiva, o lo derribo o el entrenador me derriba a mí de una torta en cuanto lleguemos al vestuario, pues bien, al fornido padre de familia le entregué, vista su ofuscación, y con la mejor de mis sonrisas, una tarjeta de visita de un médic

Somos muchos, siendo uno

Egun on, Mikel. A la conclusión de que todas las personas somos muchas personas llegó mi cerebro después de oir una conversación absolutamente privada en la terraza de un bar, para cuya escucha no estaba yo autorizado, ni falta que hacía, porque el uso del espacio público no puede ser regulado hasta esos extremos, y porque fueron la velocidad del viento, el volumen con el que hablaban las otras personas y el hecho, no banal, ni secundario, de que en ese momento mi nervio auditivo, tan ausente tantas horas, tan a sus cosas, que a saber cuáles son, estuviera pendiente de cuanto ocurría a mi alrededor, las circunstancias que trajeron hasta mi el intercambio de palabras a que a continuación me refiero: - Es una bellísima persona. - Será para tí. Es verdad: somos muchas personas. Por citar solo los extremos, somos una persona abominable y una persona adorable. La enumeración de cuantas personas somos en medio de esos extremos excede los límites de lo que cabe en estas líneas insignificantes

No debo ser de Bilbao

Egun on, Mikel. 14 de agosto, víspera de la Asunción. Oigo a Javier Diago, cofrade mayor de Begoña, hablar con emoción de la subida de la Virgen por la ría a bordo de una embarcación entre los aplausos de la muchedumbre. No debo ser de Bilbao. Aunque mi partida de nacimiento dice que nací en la clínica Usparicha, no he ido de romería a Begoña en la vida. Tampoco he ido nunca al teatro en agosto, ni a ver un espectáculo de La Otxoa. Aunque he vivido hasta los 36 años en la villa, no debo ser de Bilbao. No, porque cuando en la radio hablan los de la ABAO, la apago, porque no he pisado La Bilbaína jamás y porque nunca he hecho cola en San Nicolás para bendecir un   cordón de San Blas. No debo ser de Bilbao porque como los del centro de Bilbao no tenemos barrio no he ido nunca a las fiestas de mi barrio, y porque desde 1983 huyo de la ciudad en Aste Nagusia, por higiene. Mental y de la otra. Me da igual si en el once del Athletic hay o no hay vizcaínos. No he ido nunca de potes en

Con chándal y corbata.

  Egun on, Mikel. Hablando de vestires impropios, hay cosas que no hay que tolerar ni aunque se tengan veinte años. Y menos si uno ha dado alguna muestra incipiente de madurez. Un  profesor de treinta y dos años irrumpió en mi despacho con camiseta, bermudas y chancletas para preguntar cualquier chuminada de esas que se pueden preguntar a cualquiera pero que a algunos les da por preguntar al director, que es el que lo sabe todo. Qué panorama. Como ver a Tarzán con traje de liana en liana o al ministro Bolaños por Moncloa con chándal y corbata. La libertad, cuando se desata, puede provocar daños irreversibles en el buen gusto, o en el respeto a uno mismo, que es la base de todo. Empiezas enseñando los pelos de la pantorrilla, y cuando te quieres dar cuenta paseas por clase descalzo porque no puedes soportar que el plástico de las chanclas de 5 euros del Primark se te pegue a la planta del pie. Verdad es que las clases de la ESO en junio tendrían que estar climatizadas, ya en la tórrid

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque