Egun on, Mikel.
A la conclusión de que todas las personas somos muchas personas llegó mi cerebro después de oir una conversación absolutamente privada en la terraza de un bar, para cuya escucha no estaba yo autorizado, ni falta que hacía, porque el uso del espacio público no puede ser regulado hasta esos extremos, y porque fueron la velocidad del viento, el volumen con el que hablaban las otras personas y el hecho, no banal, ni secundario, de que en ese momento mi nervio auditivo, tan ausente tantas horas, tan a sus cosas, que a saber cuáles son, estuviera pendiente de cuanto ocurría a mi alrededor, las circunstancias que trajeron hasta mi el intercambio de palabras a que a continuación me refiero:
- Es una bellísima persona.
- Será para tí.
Es verdad: somos muchas personas. Por citar solo los extremos, somos una persona abominable y una persona adorable. La enumeración de cuantas personas somos en medio de esos extremos excede los límites de lo que cabe en estas líneas insignificantes, las cuales escribo no para pasar a la historia de literatura, sino con el único fin de que esta idea según la cual se puede ser muchas siendo una no se quede dentro de mi mente y produzca algún fallo neuronal de imprevisibles consecuencias para mi salud y para la vuestra.
Somos ese ser repulsivo que nos visita en el espejo por las mañanas y que luego se manifiesta en una reunión de la comunidad de propietarios votando que no a todo, ese desecho execrable que transita a las tres de la madrugada en una fiesta patronal del agosto español, ya bailando descamisado, ya impetrando pasodobles a voz en grito con un vaso de plástico semivacío, la mitad del contenido en el vaso, la otra mitad empapando la camiseta, y somos también esa bazofia deleznable que interrumpe a los demás cuando están en el uso legítimo de la palabra, pugnando de manera asfixiante por dar la nota y escaldar a todos con su rollo.
Y somos, en la misma medida, esa sonda hipersensible que detecta que necesitas un café solo con verte a ocho metros, y desanda pasillos y escaleras y entresuelos y recibidores y aceras y calzadas para pedir uno con leche para llevar por favor, y te lo trae, y somos también ese hotel de montaña que le da a uno el silencio y la paz que le roban los jefecillos mequetréficos, los compañeros tóxicos apestosos y los vecinos invasivos. Y somos, en fin, ese remanso en el que uno nada sin miedo a corrientes asesinas ni a alimañas submarinas.
Somos todos siendo uno. Así que no os quedéis con la primera impresión.
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