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Mostrando entradas de noviembre, 2011

siempre tienen prisa todos

Decía que una de las caracteristicas que más me atormentan del tipo de ser humano con el que me ha tocado compartir este tránsito por la historia que es mi vida es que siempre-tienen-prisa. Y desentono. Porque me pasa que cuando voy a hablar, ya no están los que me tienen que escuchar, cuando pregunto, ya se han ido, cuando digo a ver si tienen un momento dicen que no, cuando escucho me dicen que por qué no digo nada, y cuando trago saliva o cojo aire me dicen que no tienen toda la mañana He ido descubriendo que cualquier cosa es más perentoria que lo que tengo que decir, de manera que al ver mis aportaciones reducidas a la categoria de chuminada decidí darles carta de ciudadanía en este espacio que llamamos egunon, donde las estupideces se atropellan unas a otras. Esta enfermedad que me ha enviado el Maligno ma ayuda a sentirme más a gusto en mi papel de insulso marginal. Si antes no tenía prisa, ahora no puedo tener prisa, dado que mi velocidad de crucero es en real

El sistema dirá

De lo bien que me han dejao van dando cuenta los inspectores que me investigan para ver si estoy robando el dinero al erario público, haciendo cuento con mis dolencias. Los de la Seguridad Social me pidieron que llevara cuantos informes e historiales tuviera, original y copia, y cuando la médico vio la primera hoja dijo: - Buf. Y me devolvió todo, original y copia y me dijo que ya me llamarían, que me cuidara mientras. Los del Gobierno Vasco hicieron lo mismo, original y copia de todo, y tardaron la mitad en inspeccionarme, unos doce segundos, aunque el diagnóstico fue distinto: - Huy. Y también me dijo que me cuidara, y que ya hablaríamos. - ¿Cuándo hablaremos, doctora? - El sistema dirá, usted cuídese.

Lo bien que he quedao

También tiene su coña oir hablar de recortes a todos los gobiernos y que te citen dos veces en la consulta del neurocirujano, movilizando cuatro ambulancias, dos para ir y dos para venir, y que el neurocirujano no te reciba ninguna de las dos porque está operando, que es lo que hacen los neurocirujanos. Te ríes también al recordar cómo al cogerte una vía en el momento de proceder a una infiltración se extravasó la aguja, derramando sus líquidos por donde no debe y dejándome el brazo como Popeye, sin poder avisar a la enfermera porque en la zona de vigilancia intensiva el ambiente y el ruido entre enfermeras, auxiliares y celadores era el mismo que el de la verbena de la Paloma. Por lo demás, y fuera de todas estas minucias y otras muchas sin importancia alguna, menudo trabajo de paciencia y aliño que médicos, masajistas, fisioterapeutas, osteópatas, enfermeras, auxiliares y celadores han hecho conmigo en estos meses. Y qué bien me han dejao.

Churros

Otra de las milongas que jalonan mi relación con la clase médica en estos nueve meses de entretenidas esperas es la de la resonancia magnética. Me hicieron esta prueba el domingo 27 de marzo por la mañana, y el 7 de septiembre, cinco meses y medio después, el neurocirujano dice que aquí no se ve nada, y que a ver quién a hecho esta birria de informe. Esto pasa después de que la misma resonancia y el mismo informe los hayan visto tres médicos, públicos y privados, incluido el que ahora no ve nada, y no han dicho que aquí no se ve nada. Claro, como no veía nada, preguntó a ver cuándo la habían hecho, y yo le dije que un domingo por la mañana, y entonces me contestó que los domingos por la mañana hacen mejores resonancias magnéticas en una churrería. Esto me extrañó, porque yo nunca he visto que en las churrerías hagan pruebas diagnósticas de esta complejidad. Pasada la extrañeza, y vista la naturalidad de la sentencia del médico me imaginé, porque este país es así, que al

Una milonga, la primera

Una milonga es que te cite el neurocirujano que te operó para verte al cabo de un mes y que luego te reciba un MIR al de mes y medio. Y el efecto de esta milonga es que no te ve el cirujano que te operó sino otro. No sé si veis la diferencia, de tiempo y de persona. Y pensad en el efecto que esto tiene sobre un enfermo de columna que llega a la consulta después de haber estado media hora tratando de subir seis pisos en un ascensor sobre el que algún día Woody Allen hará una película. Y encima, la MIR, una chavala majísima con cara de haber terminado el Bachillerato anteayer, te recibe con el clásico, ¿qué, mejor?, como si tuviera una remota idea de cual fue el antes. Le dije que no, que peor, que después de operarse uno espera otra cosa, y me contestó que ya, pero que las hernias a veces se curan y a veces no, de lo que deduje que, además de medicina, la joven había estudiado psicología, y con tanto estudiar el único enfermo que había visto era a su madre con gripe. Me hi

El ascensor

Decía que mi camino hacia la recuperación está lleno de altibajos, aunque hay más bajos que otra cosa. El ascensor de consultas externas del Hospital es uno de los bajos más grandes que existen. Funcionar, funciona bien, es decir, sube cuando le das a subir y baja cuando le das a bajar. Va lento, pero también es lento Bielsa hablando y nadie se queja. El problema es entrar, porque siempre va hasta la bandera. Y el problema de no poder entrar no es igual para todos, porque las dolencias de cada cual se atienden en un piso diferente. Así, las de neurocirujía, que es el caso que me ocupa, están en la sexta y última planta. De esta manera, los operados de columna tenemos dos opciones, que son: o bien esperar de pie veinte minutos, o cincuenta, o bien subir las 119 escaleras. Las dos cosas son malísimas para la espalda, en la misma medida, así que da igual la opción que uno elija. Y la gente, que no es tonta, no ayuda nada, en parte porque las lesiones del vecino nos importan u

Elementos impulsores

Los procesos post operatorios tienen elementos impulsores y elementos retardadores. Entre los elementos retardadores está la visita de unas tías políticas que no se van, o ver a Mariano Rajoy saltando en un mitin. O ir al médico neurocirujano, que tiene el mismo efecto sobre el estado de salud de uno que si vas a la mercería. Y entre los elementos impulsores está que el equipo de tus amores gane en Anoeta un domingo por la mañana, mientras tú te tomas un vermut detrás de otro, y otro más cuando el árbitro pita el final, pudiendo dedicar el resto del día y las semanas siguientes a ver el video de los goles en Internet, doscientas veces, o mil, cada vez que te duela un poco.

el tiempo del absurdo

Los días siguientes, en casa, transcurrieron de la manera más absurda que imaginarse pueda. Todos querían que hiciera más de lo que me daba el cuerpo, yo me iba cayendo por las esquinas de cansancio, dormía de lado para no apretar los puntos y lloraba a todas horas, porque todo me dolía igual que antes. Me refugié en la manos del Xavi, que cada noche me contaba los puntos: uno, dos , ...hasta nueve. - todo bien, aita, duerme tranquilo. Y así fui pasando el tiempo, a la espera del informe definitivo, en el que me citarían para la revisión. Cuando llegó, donde debía poner la fecha de la cita ponía "llame para pedir cita", y me la dieron, en lugar de para el mes comprometido, para el mes y medio. - si, total, no va avanzar nada en quince días, me dijo la enfermera. Le agradecí la franqueza, y me dispuse a pasar tres semanas insufribles con la mayor alegría posible. A estas alturas, y como ya me importa un pimiento todo, decidí explorar la parte más absurda de mi personal

Todo fenomenal

Cuando salía de la habitación hecho un asco con dirección a mi casa, me encontré por el pasillo con el cirujano que me había intervenido, que iba chateando con su esmarfon. Me preguntó si me encontraba mejor y yo le contesté que sí, sin entrar en honduras. Me dijo que había sido una operación complicada y yo no pregunté cuánto de complicada no fuera a ser que me explicara las complicaciones, cuando al ir a cortar con el bisturí electrónico se quedaron sin corriente y cortaron con la rotaflex, o cuando al ir a cerrar a la enfermera se la cayó una lentilla en el bazo y esas otras complicaciones que suelen ocurrir "ahí dentro". - "Pero todo fenomenal", concluyó. Esa frase es la que me sostiene hoy, dos meses después de que todo esto aconteciera, cuando adelanto por la calle a una anciana que va con andador, y lo hago estando con ella en paralelo medio minuto.

Vida normal

Levantarme a hacer pis por la noche me costó tres cuartos de hora, desayunar no pude hasta que no vino una señora de los servicios sociales para ver si quería algo, y le dije que sí, que me diera el café a sorbitos, y moverme hasta la ventana requería hacer acopio de unas fuerzas que no tenía. Todos estos elementos y otros parecidos fueron tomados en consideración por el equipo médico para decidir darme el alta y mandarme a casa esa misma mañana, con un informe que decía que anduviera un rato todos los días, que tomara ibuprofeno si me dolía, que pidiera cita para dentro de mes y medio y que fuera haciendo vida normal. - ¿y qué es una vida normal, doctor?, pregunté. - pues ya sabe, poner unas lentejas, jugar al uno con los hijos, ir a votar si toca, contestar con cariño a los comerciales de euskaltel, salir a bailar, lo que hace todo el mundo. Evite sólo las cosas que lleven peligro evidente, saltar del balcón a la calle, las reuniones de comunidad de vecinos y los en

Flores y chocolate

La verdad de toda esta historia es que llevaba tiempo queriendo tener una planta bonita, porque la que tengo en el salón esta hecha una mierda, toda deshojada, y como no sabía qué hacer, pues me operé de la espalda. Y cuando al día siguiente, interrumpiendo la siesta en la que digería las lentejas con pollo, entró el de flores alegría, se cumplieron todas las expectativas. Pero todas. Las de decoración del salón y las del corazón mío, porque entre los rastrojos esos que les ponen ahora a todas las plantas había una notita que ponía "de tus compañeros del colegio Jesús - María". Qué alegría. Les escribí una nota agradeciéndoselo y recordándoles, por si pensaban mandar más cosas, que se me estaban acabando los bombones. La gente que venía a verme al Hospital, hasta aquel momento, comían de los que había sin recato alguno.

Lentejas con pollo

Venia de la máquina de café, a la que llegué con el empujón que me dió un médico residente, de ponerme el desayuno que se había llevado la auxiliar, y me encontrré la habitación con el vecino y sus dos hermanos. Parecían pacíficos, con sus bigotes y tal, pero uno me gritó ¿qué, mejor?, como si supiera qué me habia pasado antes de ese momento, y supusiera que había sido malo. Me asusté y derramé parte del café en mi pijama verde camuflaje. Le dije que pues vaya, y él contestó bueno, poco a poco. Me quedé un rato meditando en la profundidad de aquellos pensamientos y resolví no volver a dirigir la palabra a ese par de merluzos, pero fue imposible, porque tenían el marca entre manos e iban comentando las noticias, como si alguien les hubiera chivado que soy del Athletic, y tuviera que saberlo todo sobre la renovación de Llorente, cosa que me importaba un pito en aquellos momentos, y en estos. Gracias a Dios, la llegada de mi hermano me dió algo de tregua. Este venía con el A

Con el culo al aire

A la mañana siguiente, mientras me tomaba un café con leche con pajita, entró a la habitación una caterva de médicos y residentes, decenas de personas de blanco montando la misma bulla que si protestaran contra los recortes de la Generalitat en Sanidad, y se dirigieron directamente al vecino del aneurisma, propinándole un susto que le provocó otro aneurisma, del que lo rescató una residente a la que se lo pusieron como examen, diciendole o lo sacas o vas ejercer la medicina en Guinea - Bissau. Luego se dirigieron a mí, y uno, que parecía veterano, me agarró por el cuello y las piernas, me levantó sin que yo pudiera pedir ayuda a mi enfermera, me puso de pie, y me dijo anda!, como si fuera Jesucristo. Y anduve, como el paralítico. La biblia no dice nada, pero yo me imagino que el pobre no andaría más de tres pasos antes de trastabillarse. Yo no, yo anduve bastantes más, ocho o nueve, de la cama a la ventana y de la ventana a la cama, entre las chanzas de los unos y las otras, que, com

Ruido y frío

Mi compañero de habitación no ronca. Eso ya es algo. Y tampoco habla, conversaciones de esas tontas porque tocan, ya que estamos, y eso si que es media vida. Pensé en proponerlo candidato al Conejo de Oro Cruces 2011. Pero tiene calor todo el rato. Por eso duerme encima de la cama y con la ventana abierta de par en par. Cuando me pregunta si me molesta le digo que no, porque no es cuestión de ir haciendo enemigos cuando tienes que compartir con ellos el WC, pero me molesta mucho, porque entra frío y porque entra ruido. Como estamos en el primer piso del Hospital, a ocho metros escasos en linea recta de la autovía Bilbao - Santander, es como si tuviéramos la habitación en la mediana. Y de esta manera, no es que no puedas dormir, es que no puedes vivir, y se te alteran los nervios hasta unos límites que no soportaría ni un profesor de la ESO en San Blas.

Micción cumplida

Resulta que todo en la vida es cuestión de tino, y no de hacer las cosas a lo bruto. Solo presionando en un centímetro cuadrado que encuentro pasadas las cuatro de la mañana un poco más arriba de donde llevo horas haciéndolo, micciono seis u ocho centímetros cúbicos de unos orines más perceptibles por el ruido en el fondo del conejo que por el alivio tan carácterístico que acompaña a esta operación. A estrincones, apretar, orinar, apretar, orinar. Así hasta que me quedo sin fuerzas. Pasada la amenaza de la sonda, siento un gran alivio, y empiezo a pensar en el resto de tareas pendientes.

Conejo

Tengo que hacer pis. No hace ni tres horas que he salido del quirófano y la enfermera la ha puesto como tarea pendiente, que añado, semiinconsciente, al resto de las que ya tengo. Para facilitar el trabajo me alcanza un artilugio de plástico al que llama conejo. Esto es fácil, pienso, pero no. Descubro que si yo a mi cuerpo le digo haz, no hace, como hacía antes. Ni pis ni algunas otras cosas que intento, como sonarme la nariz. La enfermera se va diciendo que o meo o me sonda. Y como siempre que el ser humano ha evolucionado ha sido por necesidad o por miedo, yo empiezo a ver si sí. Y sigue siendo que no. Me dicen que pruebe apretando la vegiga, y yo la busco con las manos, por encima del vientre, cosa que no había hecho nunca antes. En vano. O es más pequeña de lo que yo pienso, o no está ahí, o tengo en mis venas más morfina de la que puedo soportar sin perder concentración. El caso es que paso un rato de duración indeterminada y pastosa y me encuentro otra vez en las mi

Todo ha salido bien

Un ratito después me despiertan dos caras y me dicen que todo ha salido bien, todo, pregunto, todo, me contestan, así que el Athletic consiguió empatar al final en Málaga, así que Andoni ya no se enfada por todo, así que Ana ya es ordenada, así que al Xavi ya le gusta la verdura, así que hemos roto el contrato de móvil con Euskaltel, así que vuelven los toros a la Monumental de Barcelona, así que lo de Rajoy presidente solo era un mal sueño, no hombre, todo, todo, todo, no, me dicen. Y rompo a llorar.

La nada

Desde esa sala hasta el quirófano fui tumbado en una camilla, riéndome, viendo el techo pasar. No era como en las series esas de hospitales en las que se repite una y otra vez el plano del techo pasando a toda velocidad, de un blanco reluciente y con una luz deslumbrante, no. El techo era gris, pasaba lento, y no había luz. En el quirófano había varias personas que me recibieron como en una fiesta - sopresa, saliendo cada una de detrás de un aparato. Hola Pedro, me dijo una saliendo de detrás de un brazo articulado, soy Carmen, la anestesista, y voy a estar contigo durante toda la operación, yo soy Ana, soy la enfermera, me dijo otra, y también voy a estar contigo toda la operación, para que estés tranquilo. El médico apareció como una voz en off, diciendo qué tal, pero ya no pude contestar más que levantando el pulgar, porque no sabía dónde estaba y porque todo el mundo me andaba ya tocando algo. La anestesista me advirtió de un pequeño dolor en la mano, y me dijo que pensara en algo

antesala

Tras despedirnos de los familiares, nos condujeron a los cuatro a una habitación extraña, mitad consulta de enfermería, mitad UCI, donde había un cirujano de verde completamente desubicado que nos preguntó si nos molestaba que estuviese allí. Yo le dije que podía quedarse siempre que no se empeñara en sacar conversaciones tontas para pasar el rato. Luego entraron dos niñas como de tercero de la ESO, una más alta y otra más baja, completamente vestidas de azul, a las que solo se les veían los ojillos, y se dirijieron a uno de nosotros, a una señora de unos setenta años que parecía que se operaba todos los jueves. Hola, cantaron al unísono, somos la cirujana y la anestesista que le vamos a operar, hemos visto que es usted alérgica a la penicilina, ¿es alérgica a algo más?, sí, contestó, a otras tres cosas que acaban en ina, y qué cosas son, pues no me acuerdo, pues no me fastidie, señora, pues pregúntenle a mi marido, un señor que está afuera con una bolsa, bueno déjelo

Camino gris

Una enfermera recién salida de su papel de Griselda en "Cenicienta" hizo con cuatro de nosotros y con nuestros acompañantes un grupo de aspecto lamentable, unos semidesnudos y otros vestidos, unos pálidos y otros con buen color (no en todos los casos era el enfermo el uno y el familiar el otro) y nos encomendó a una celadora vestida de gris que dijo hala, vamos?, preguntando, como si pudieras decir no, espera a que acabe el capítulo o aguarda un poco que coja este punto que se me ha escapado, pero no, era una pregunta retórica, así que fuimos, como un rebaño de ovejas absurdas, una coja y la otra sorda, cada una mirando para un lado, hasta el ascensor, en un trayecto con el mismo calor humano que una noche de enero en Carrión de los Condes. El viaje hasta el sexto lo hicimos en silencio. Yo tuve una conversación interior conmigo mismo, y me imagino que los demás tendrían las suyas con sus respectivas conciencias, o lo que tuvieran debajo de los gorritos verdes.

400 de cada 600

Mientras estas cosas ocurrían en el Hospital, el niño de nueve años lloró como un niño de nueve años el día que operan a su padre. Influyó bastante que su hermano mayor le dijera que en esas operaciones morían 400 de cada 1000 operados, que lo había leído en internet. El entrenador lo consoló al verlo sollozar ensayando faltas con barrera. Mientras le acariciaba la cabeza, le dijo que lo más seguro es que su padre no muriera, porque 600 son más que 400. Bastantes más. Al parecer esto fue del todo insuficiente, porque luego buscó a su maestra para ver si esta tenía regazo en el que cupieran él y sus lágrimas.

Ahí

- Es que tú no te imaginas la de complicaciones que puede haber ahí.  Claro, según lo que sea "ahí", y según quien sea "tú", y según cuando se diga, la frase tiene más miga o menos miga. Si ahí es la trastienda de una pescadería, te imaginas lo complicado que tiene que ser encontrar cuatro rodaballos presentables para el escaparate, o hacer rodajas un atún de 25 kilos, o destripar un bacalao que luego se ve tan limpito entre los hielos. Pero si "ahí" es un quirófano, el que va a entrar a que diseccionen eres tú, y te lo dicen la hora anterior a la operación, ya con el gorrito verde puesto y todo, no dejas de darle vueltas a la cabeza, por muy intrascendente que sea la conversación, y por muy coloquial que sea el tono.

Las dos horas antes

La hoja titulada "instrucciones para el operando modélico" lo ponía bien clarito, pero a mí se me olvidó, como me pasa tantas veces. Ingresar en el Hospital es una experiencia traumática, y a eso hay que añadir que aquel día estaba muy nublado, así que tampoco tiene tanta trascendencia, a mi juicio, olvidar las zapatillas de casa. Por lo que podía recordar, además, las mías tenían la suela de la izquierda completamente despegada, así que para qué hacer exhibición de intimidades domésticas que a nadie importan. La enfermera dijo que me desnudara para afeitarme, y cuando vió que no tengo pelos en la espalda, como nos pasa al noventa y siete por ciento de los varones, me dijo que me pusiera el pijama. Le dije que no había traido pijama, porque me molestó el comentario de los pelos, que en realidad sí lo había traido, uno de color verde militar, y me dió dos, de esos de hospital, uno que até por detrás y otro que me puse encima y que até por delante, para que no s