Una enfermera recién salida de su papel de Griselda en "Cenicienta"
hizo con cuatro de nosotros y con nuestros acompañantes un grupo de
aspecto lamentable, unos semidesnudos y otros vestidos, unos pálidos y
otros con buen color (no en todos los casos era el enfermo el uno y el
familiar el otro) y nos encomendó a una celadora vestida de gris que
dijo hala, vamos?, preguntando, como si pudieras decir no, espera a que
acabe el capítulo o aguarda un poco que coja este punto que se me ha
escapado, pero no, era una pregunta retórica, así que fuimos, como un
rebaño de ovejas absurdas, una coja y la otra sorda, cada una mirando
para un lado, hasta el ascensor, en un trayecto con el mismo calor humano que una noche de enero en Carrión de los Condes.
El viaje hasta el sexto lo hicimos en silencio. Yo tuve una conversación interior conmigo mismo, y me imagino que los demás tendrían las suyas con sus respectivas conciencias, o lo que tuvieran debajo de los gorritos verdes. La mía fue, en este momento hablar solo puede ser cosa de personas sin seso, lo que hay que hacer es callarse, por eso estamos todos como filósofos mirando el suelo del ascensor, esperando ver qué habrá al otro lado de la puerta cuando se abra, si un pasillo o unas personas, o una máquina de café, y ahora cómo me despido, ¿hasta luego o hasta mañana?, ¿será esto el miedo?, qué distinto de cuando ví el exorcista, y si se cuelga el ascensor, ¿estaremos con el gorrito hasta que nos liberen?, y en caso de motín, ¿aquí quien manda?, ¿la celadora?.
Vaya mierda, qué lento va, dijo una, y me sacó del mundo interior ese en el que estaba, y el ascensor se frenó, y el mundo real era tan gris como el interior, y una voz igual de gris dijo bueno, hasta aquí pueden llegar los familiares, y nos despedimos, adios.
El viaje hasta el sexto lo hicimos en silencio. Yo tuve una conversación interior conmigo mismo, y me imagino que los demás tendrían las suyas con sus respectivas conciencias, o lo que tuvieran debajo de los gorritos verdes. La mía fue, en este momento hablar solo puede ser cosa de personas sin seso, lo que hay que hacer es callarse, por eso estamos todos como filósofos mirando el suelo del ascensor, esperando ver qué habrá al otro lado de la puerta cuando se abra, si un pasillo o unas personas, o una máquina de café, y ahora cómo me despido, ¿hasta luego o hasta mañana?, ¿será esto el miedo?, qué distinto de cuando ví el exorcista, y si se cuelga el ascensor, ¿estaremos con el gorrito hasta que nos liberen?, y en caso de motín, ¿aquí quien manda?, ¿la celadora?.
Vaya mierda, qué lento va, dijo una, y me sacó del mundo interior ese en el que estaba, y el ascensor se frenó, y el mundo real era tan gris como el interior, y una voz igual de gris dijo bueno, hasta aquí pueden llegar los familiares, y nos despedimos, adios.
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