Decía que mi camino hacia la recuperación está lleno de altibajos,
aunque hay más bajos que otra cosa. El ascensor de consultas externas
del Hospital es uno de los bajos más grandes que existen. Funcionar, funciona bien,
es decir, sube cuando le das a subir y baja cuando le das a bajar. Va lento, pero
también es lento Bielsa hablando y nadie se queja. El problema es
entrar, porque siempre va hasta la bandera. Y el problema de no poder entrar no es igual
para todos, porque las dolencias de cada cual se atienden en un piso
diferente. Así, las de neurocirujía, que es el caso que me ocupa, están
en la sexta y última planta. De esta manera, los operados de columna
tenemos dos opciones, que son: o bien esperar de pie veinte minutos, o cincuenta, o
bien subir las 119 escaleras. Las dos cosas son malísimas para la
espalda, en la misma medida, así que da igual la opción que uno elija. Y
la gente, que no es tonta, no ayuda nada, en parte porque las lesiones
del vecino nos importan una mierda, y en parte porque la gente, perdonen
la obviedad, siempre tiene prisa, y si ven que no hay forma de bajar
del 3º al bajo, toman el ascensor de subida hasta el 6º para despues
bajar, aunque se estén tres cuartos de hora en el elevador, que nunca
deja de estar petao. Cuando llegué el dia de autos hasta la consulta del
neurocirujano, estaba bastante cansado mentalmente, y lleno de estrés. Y
se notó.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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