Venia de la máquina de café, a la que llegué con el empujón que me dió
un médico residente, de ponerme el desayuno que se había llevado la
auxiliar, y me encontrré la habitación con el vecino y sus dos hermanos.
Parecían pacíficos, con sus bigotes y tal, pero uno me gritó ¿qué,
mejor?, como si supiera qué me habia pasado antes de ese momento, y
supusiera que había sido malo. Me asusté y derramé parte del café en mi
pijama verde camuflaje. Le dije que pues vaya, y él contestó bueno, poco
a poco. Me quedé un rato meditando en la profundidad de aquellos
pensamientos y resolví no volver a dirigir la palabra a ese par de
merluzos, pero fue imposible, porque tenían el marca entre manos e iban
comentando las noticias, como si alguien les hubiera chivado que soy del
Athletic, y tuviera que saberlo todo sobre la renovación de Llorente,
cosa que me importaba un pito en aquellos momentos, y en estos. Gracias a
Dios, la llegada de mi hermano me dió algo de tregua. Este venía con el
As, y entonces se enrolló con el vecino del bigote en temas como los
ligamentos cruzados de Pedrito, el del Barça, y los horarios de los
partidos para ganar el mercado chino y que no vaya nadie al campo. Como
ya lo aguanto todo, me transporté por encima del ruido de la
conversación al ruido acogedor y familiar de la A-8, y en su arrullo caí
dormido hasta la una de la tarde, momento en que la auxiliar me gritó
que a ver si tenía apetito, y sin esperar la respuesta, dejó unas
lentejas estofadas hirviendo y una pechuga de pollo fría sobre la
mesita. Y ahí te las compongas, bonito.
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.
Comentarios
Publicar un comentario