La hoja titulada "instrucciones para el operando modélico" lo ponía
bien clarito, pero a mí se me olvidó, como me pasa tantas veces.
Ingresar en el Hospital es una experiencia traumática, y a eso hay que
añadir que aquel día estaba muy nublado, así que tampoco tiene tanta
trascendencia, a mi juicio, olvidar las zapatillas de casa. Por lo que
podía recordar, además, las mías tenían la suela de la izquierda
completamente despegada, así que para qué hacer exhibición de
intimidades domésticas que a nadie importan.
La enfermera dijo que me desnudara para afeitarme, y cuando vió que no tengo pelos en la espalda, como nos pasa al noventa y siete por ciento de los varones, me dijo que me pusiera el pijama. Le dije que no había traido pijama, porque me molestó el comentario de los pelos, que en realidad sí lo había traido, uno de color verde militar, y me dió dos, de esos de hospital, uno que até por detrás y otro que me puse encima y que até por delante, para que no se me viera el culo. Y así salí a enfrentarme con la mirada del mundo de una sala de espera de gente que espera a que le operen, dieciocho personas en total, además de sus maridos, mujeres, y en el caso de las familias de etnia gitana, muchas personas de filiación difusa. Con mis dos pijamas puestos, las piernas enseñando de rodilla para abajo y los zapatos negros sin calcetines.
No ví a nadie reirse, se ve que la gente estaba preocupada. Y yo me sumergí en aquel mundo azul y de conversaciones quedas.
La enfermera dijo que me desnudara para afeitarme, y cuando vió que no tengo pelos en la espalda, como nos pasa al noventa y siete por ciento de los varones, me dijo que me pusiera el pijama. Le dije que no había traido pijama, porque me molestó el comentario de los pelos, que en realidad sí lo había traido, uno de color verde militar, y me dió dos, de esos de hospital, uno que até por detrás y otro que me puse encima y que até por delante, para que no se me viera el culo. Y así salí a enfrentarme con la mirada del mundo de una sala de espera de gente que espera a que le operen, dieciocho personas en total, además de sus maridos, mujeres, y en el caso de las familias de etnia gitana, muchas personas de filiación difusa. Con mis dos pijamas puestos, las piernas enseñando de rodilla para abajo y los zapatos negros sin calcetines.
No ví a nadie reirse, se ve que la gente estaba preocupada. Y yo me sumergí en aquel mundo azul y de conversaciones quedas.
Si uno es capaz de reirse de sí mismo, pocas cosas van a quitarte la alegría.
ResponderEliminarY la sala de espera siempre es un lugar en el que se pueden encontrar situaciones chocantes y que mueven a la risa; claro que, cuando se cuentan, no cuando las estás viviendo previamente a tu propia operación.
Yo todavía me río cuando recuerdo la situación que paso a relatar.
Cita con el trumatólogo del Ambulatorio de la S.S.
Entro, saludo y al otro lado de la mesa un señor con bata blanca, que no contesta, no me mira y sólo lee el historial de mis problemas de cervicales y lumbares.
Yo sólo veía esa parte de la cabeza de los señores que nunca observo, salvo cuando voy a San Mamés y se la veo a los de las filas de más abajo; o a los alumnos, cuando concentrados, están haciendo los exámenes
(no creo que haga falta explicar que en general son más altos que yo)
Seguía ojos al texto mientras preguntaba entre dientes:
¿fuma?
yo: "no"
¿bebe?
yo "no"
¿casada?
yo:"si"
¿años?
yo "45"
¡¡¡Levantó de inmediato la cabeza para mirarme asombrado sin decir nada!!!
Para mis adentros divertida por la reacción inesperada y algo azorada le dije:
¿quéee me haa preeeguntado?
él: ¿hijos?
yo: "Aaaahhh, 2; no, 45 no"
Y entendí por qué le había sacado de su habitual postura "de recibir", acababa de descubrir de dónde venían mis males y ahora sí tenía curiosidad por ver mi aspecto después de 45 partos.
Todo lo demás transcurrió con normalidad porque siguió haciendo las preguntas mirándonos de frente. ¡Y eso favorece la comunicación!