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Una milonga, la primera

Una milonga es que te cite el neurocirujano que te operó para verte al cabo de un mes y que luego te reciba un MIR al de mes y medio. Y el efecto de esta milonga es que no te ve el cirujano que te operó sino otro. No sé si veis la diferencia, de tiempo y de persona. Y pensad en el efecto que esto tiene sobre un enfermo de columna que llega a la consulta después de haber estado media hora tratando de subir seis pisos en un ascensor sobre el que algún día Woody Allen hará una película. Y encima, la MIR, una chavala majísima con cara de haber terminado el Bachillerato anteayer, te recibe con el clásico, ¿qué, mejor?, como si tuviera una remota idea de cual fue el antes. Le dije que no, que peor, que después de operarse uno espera otra cosa, y me contestó que ya, pero que las hernias a veces se curan y a veces no, de lo que deduje que, además de medicina, la joven había estudiado psicología, y con tanto estudiar el único enfermo que había visto era a su madre con gripe. Me hizo un volante para rehabilitación, me estrechó la mano y me mandó de vuelta al ascensor, que es como mandarte a tomar por culo, y allí me fui, a abrir una nueva etapa en este proceso tan divertido en el que me encuentro desde hace casi nueve meses, y dispuesto a liarme a tortas con la primera persona que se me cruzara.

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Declaración de intenciones

Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.