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Churros

Otra de las milongas que jalonan mi relación con la clase médica en estos nueve meses de entretenidas esperas es la de la resonancia magnética. Me hicieron esta prueba el domingo 27 de marzo por la mañana, y el 7 de septiembre, cinco meses y medio después, el neurocirujano dice que aquí no se ve nada, y que a ver quién a hecho esta birria de informe. Esto pasa después de que la misma resonancia y el mismo informe los hayan visto tres médicos, públicos y privados, incluido el que ahora no ve nada, y no han dicho que aquí no se ve nada. Claro, como no veía nada, preguntó a ver cuándo la habían hecho, y yo le dije que un domingo por la mañana, y entonces me contestó que los domingos por la mañana hacen mejores resonancias magnéticas en una churrería. Esto me extrañó, porque yo nunca he visto que en las churrerías hagan pruebas diagnósticas de esta complejidad. Pasada la extrañeza, y vista la naturalidad de la sentencia del médico me imaginé, porque este país es así, que al técnico de rayos le tocaba los cojones trabajar aquel domingo, y en consecuencia, hizo una mierda de trabajo, el cual, o tan mierda no era o la mierda fue el trabajo de los otros, porque fue tomado por bueno durante meses por todo el sistema sanitario.

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Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.