Tengo que hacer pis. No hace ni tres horas que he salido del
quirófano y la enfermera la ha puesto como tarea pendiente, que añado,
semiinconsciente, al resto de las que ya tengo. Para facilitar el trabajo me alcanza un artilugio de plástico al que llama conejo.
Esto es fácil, pienso, pero no. Descubro que si yo a mi cuerpo le digo
haz, no hace, como hacía antes. Ni pis ni algunas otras cosas que
intento, como sonarme la nariz. La enfermera se va diciendo que o meo o
me sonda. Y como siempre que el ser humano ha evolucionado ha sido por
necesidad o por miedo, yo empiezo a ver si sí. Y sigue siendo que no. Me
dicen que pruebe apretando la vegiga, y yo la busco con las manos, por
encima del vientre, cosa que no había hecho nunca antes. En vano. O es
más pequeña de lo que yo pienso, o no está ahí, o tengo en mis venas más
morfina de la que puedo soportar sin perder concentración. El caso es
que paso un rato de duración indeterminada y pastosa y me encuentro otra
vez en las mismas: el conejo, yo dentro del conejo y la morfina dentro
de mí. A ver si luego.
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.
Qué divertidamente has transmitido esa sensación de impotencia.
ResponderEliminar