Tengo que hacer pis. No hace ni tres horas que he salido del
quirófano y la enfermera la ha puesto como tarea pendiente, que añado,
semiinconsciente, al resto de las que ya tengo. Para facilitar el trabajo me alcanza un artilugio de plástico al que llama conejo.
Esto es fácil, pienso, pero no. Descubro que si yo a mi cuerpo le digo
haz, no hace, como hacía antes. Ni pis ni algunas otras cosas que
intento, como sonarme la nariz. La enfermera se va diciendo que o meo o
me sonda. Y como siempre que el ser humano ha evolucionado ha sido por
necesidad o por miedo, yo empiezo a ver si sí. Y sigue siendo que no. Me
dicen que pruebe apretando la vegiga, y yo la busco con las manos, por
encima del vientre, cosa que no había hecho nunca antes. En vano. O es
más pequeña de lo que yo pienso, o no está ahí, o tengo en mis venas más
morfina de la que puedo soportar sin perder concentración. El caso es
que paso un rato de duración indeterminada y pastosa y me encuentro otra
vez en las mismas: el conejo, yo dentro del conejo y la morfina dentro
de mí. A ver si luego.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Qué divertidamente has transmitido esa sensación de impotencia.
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