Un ratito después me despiertan dos caras y me dicen que todo ha salido
bien, todo, pregunto, todo, me contestan, así que el Athletic consiguió
empatar al final en Málaga, así que Andoni ya no se enfada por todo, así
que Ana ya es ordenada, así que al Xavi ya le gusta la verdura, así que
hemos roto el contrato de móvil con Euskaltel, así que vuelven los
toros a la Monumental de Barcelona, así que lo de Rajoy presidente solo
era un mal sueño, no hombre, todo, todo, todo, no, me dicen. Y rompo a
llorar.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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