Mi compañero de habitación no ronca. Eso ya es algo. Y tampoco habla,
conversaciones de esas tontas porque tocan, ya que estamos, y eso si que
es media vida. Pensé en proponerlo candidato al Conejo de Oro Cruces
2011. Pero tiene calor todo el rato. Por eso duerme encima de la cama y
con la ventana abierta de par en par. Cuando me pregunta si me molesta
le digo que no, porque no es cuestión de ir haciendo enemigos cuando
tienes que compartir con ellos el WC, pero me molesta mucho, porque
entra frío y porque entra ruido. Como estamos en el primer piso del
Hospital, a ocho metros escasos en linea recta de la autovía Bilbao -
Santander, es como si tuviéramos la habitación en la mediana. Y de esta
manera, no es que no puedas dormir, es que no puedes vivir, y se te
alteran los nervios hasta unos límites que no soportaría ni un profesor
de la ESO en San Blas.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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