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Mostrando entradas de marzo, 2012

Agur, Miguel

Miguel Salaverría era un hombre bueno. Sirvió a los hombres y a los niños con las cosas de Dios. Cuando se ocupó de las obras de la Catedral de Bilbao, dejó grabado en un capitel el escudo del Athletic. No vaya ser que te traspongas en el rezo y te pienses que estás en Notre Dame de París, o en Chartres. Le escuché hablar de la muerte muchas veces, así que seguro que se preparó para cuando llegara. Quiero creer esperó a que acabara el partido de anoche en Alemania para entrar en el cielo sacando pecho, y que a estas alturas habrá vendido más camisetas rojiblancas entre los santos que Messi entre los chinos. Descansa en paz, amigo de los niños y de Dios.

Un reguero pringoso

Secuela se escribe casi igual que escuela, pero lo cierto es que en la escuela, menuda mierda de sistema educativo, no se enseña a vivir con secuelas, cuando la vida, en realidad, no es más que un reguero de secuelas que van dejando pringosos el cuerpo y el alma de las personas. Digo esto porque el dedo gordo de mi pie derecho permanece en estado de letargo desde hace más de un año. A veces incluso traslada su sopor a los dedos adyacentes, a la planta y al empeine. Y estos ya pueden protestar, que al dedo gordo se la trae floja. Ahora dice el médico que podría ser una secuela de las hernias del demonio. Pues vaya, bonito panorama. Con todo, son peores las secuelas del alma, de las que no voy a hablar mucho, porque subvertiría los objetivos de este absurdo espacio virtual. Las que dejan las personas que te quieren mal y las personas a las que traicionas. Las que hacen que cuando ves dormido al dedo gordo, te entren ganas de llorar.

¿DONDE ESTÁN LOS CALZOS?

El ambiente ya estaba cargadito después de dos horas de retraso, así que la gente se soltó el cinturón rápidamente, se puso de pie en el pasillo y cogió sus equipajes de mano para salir del avión rápidamente. Cuando llevábamos cinco minutos en esa incómoda postura de rodilla en el asiento, pie contrario en el suelo, tabardo colgado del brazo izquierdo, mano derecha al asa practicable de la maleta, móvil en la izquierda y mirada fija en si se mueve o no se mueve la cola esta, el comandante luxemburgués de la aeronave nos pide disculpas por esta leve demora, debida a que como no nos esperaban en el aeropuerto (!), no encuentran los calzos para el avión, y no podemos bajar. Claro, imagínate que baja de avión uno muy gordo, y al sentirse liberado de su peso, el avión rebota y sale disparado hasta separarse dos metros del suelo, y a la señora mayor que iba detras se le sale la cadera. Pues vaya. Y encima, como si los pasajeros fueramos idiotas y no supiéramos lo que es un calzo, haciendose

¿Cómo se llama esto?

¿Cómo se llama a cuando tú mandas a tu hija a Alemania de intercambio con un idiazábal de campeonato y quinientos gramos de jamón ibérico de bellota cortado a cuchillo en dos paquetes envasados al vacío para obsequiar a la familia de acogida y tú hija vuelve diciendo que dicen que gracias y que me han dado para tí este salchichón que compraron ayer en el súper?

Old Trafford

El vecino debe ser del Madrid. O anarquista. Porque cuando al filo de las 11 de la noche gritábamos los tres de felicidad con el gol de Muniain, nos dió unos toquecitos en la pared. En eso ha cambiado la historia, porque en buena ley, a nadie de Bilbao se le ocurre recriminar a otro de Bilbao que canta un gol del Athletic. Da igual. Yo, que cumplía ayer 17 años de padre, y que ejerzo siempre que puedo, iba diciendo a mis hijos que se fijaran bien, que disfrutaran, que ser del Athletic es ser distinto y muy bonito, que algún día les preguntarán si nos vieron tomar Old Trafford y tendrán que contarlo. Ahora les he dado un infurelax para que puedan dormir. Yo no, para qué dormir, que el fútbol sirve para eso, para tener una razón, aunque sea miserable, para mirar un poco por encima la mierda de todos los días.

El conejo negro

Tengo el conejo negro, dijo la reina madre en un momento en que la conversación decaía, y yo, que no puedo escuchar expresiones escabrosas sin azorarme hasta los higadillos, hice como que no había oído y seguí haciendo mi ejercicio, mientras el coro de vestales se deshacía de la risa. De no usarlo, le comentó otra mujer bastante ordinaria, y la reina madre aclaró que se refería al conejo que tenía en el arcón de casa, y que llevaba tres años congelado esperando un arroz que lo mereciera. Nunca he entendido ese interés de las personas por hacerse las graciosas contando intimidades con frases cargadas de doble sentido, y lo puse de manifiesto abandonando la piscina con diez minutos de antelación en señal de protesta, sin que valieran de nada los esfuerzos del fisioterapeuta para que terminara mi trabajo ni los de la auxiliar para poner orden en aquel guirigay de señoras de carcajada desenfrenada y rebelde.

Eufemismos

Los médicos son unos artistas en el uso de eufemismos. Cuando una prueba es molesta dicen que te van a hacer "una cosita de nada", y cuando duele te dicen que va ser "un poco molesta". Un electromiograma es una de esas pruebas que duelen hasta ver las estrellas. Estoy seguro de que los romanos crucificaban porque no había entre sus galenos ningún mengele al que se le ocurriera aplicar electromiogramas a los condenados a muerte. Y que de haberla conocido, los nazis de Mauthausen no habrían operado a los prisioneros sin anestesia, y habrían calmado su sadismo con algo más sutil. Cuando vio mis lagrimones la médico me dijo venga valiente, que no ha sido nada. No le mandé a hacer gárgaras porque tengo mucha educación, y porque me reservé el exabrupto para el siguiente que me mandara a hacer esta prueba nuevamente. Es lo que llevo unos meses esperando.