Estaba yo atando dos neuronas de mi cabeza que la gabapentina había desatado cuando entró mi hija en la habitación esparciendo por el aire unas endorfinas destructoras que lo estropearon todo. La discusión empezó con una demanda de aumento del saldo del móvil que no supe encajar como un progenitor equilibrado. De ahí pasamos a las ironías y terminamos como el rosario de la aurora. El pequeño entró en el cuarto inmediatamente después y se le pegaron dos endorfinas al humor, de manera que no supo encajar como se espera de un niño educado de nueve años mi negativa a doblar la asignación semanal destinada a la compra de chuches. Y dijo pues vaya mierda y se marchó. A mí todas estas peleas domésticas me dejan bastante agotado, con la atención dispersa y con una sensación de incapacidad para el desempeño mayor que la de un policía en Noruega. Y luego no puedo centrarme en la recomposición de mi tejido neuronal. A ver si con las vacaciones.
Mikel somos todos los que hemos perdido algo antes de tiempo. El padre, las ganas, el anillo de boda... Mikel somos todos los que hemos enfermado mal y pronto. Mikel somos los que, pese a lo uno o a lo otro, todavía conservamos el interés por levantarle la falda a la vida, a ver qué lleva debajo. Mikel es también el nombre de mi sobrino, al que a veces despierto con este guiño por las mañanas.