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San Fermín

En Pamplona por el chupinazo de San Fermín rara vez pasa una cosa distinta a la del año anterior.

Pese a todo, en los telediarios de cada siete de julio insisten en conectar con sus corresponsales en la casa consistorial.

Que digan que se ha dado el chupinazo está bien, porque si eres de Mieres, y cuando vas con alguien por la calle no sabes que han empezado los sanfermines, pues quedas mal, como alguien abúlico, o que no vive en este mundo.

Pero creo que hay en juego algo más que lo de informar del comienzo, ya que una vez que la corresponsal explica que se ha dado el chupinazo, cuál era la longitud del cohete, en pies, su carga explosiva, quien lo ha tirado y a quién le ha dado, empiezan las imágenes en las que se ve a jóvenes borrachos tirándose desde una fuente al suelo entre el alborozo del gentío, y también a jóvenes duchados en alcohol en medio de la plaza del Ayuntamiento que gritan, aunque la entrevistadora porta un micro que hace completamente innecesario el berrido, que "esto" es la hostia, y también a otros jóvenes que a las puertas de los bares y en posturas y apariencias innobles prometen, razonablemente ebrios, no dejar de pasárselo bien los próximos ocho días.

En las imágenes no aparecen ni personas en edad madura, ni ancianos, ni niños. Por feos.

Finalmente, el reportaje se completa con comentarios sobre cómo Pamplona se convierte por unos días en la capital mundial de la fiesta, siempre tiene que haber una capital mundial de algo, y sobre cómo a todos nos esperan unos días de alegría y diversión, sin que falten jocosas y divertidas alusiones al "a Pamplona hemos de ir".

Todo lo anterior me produce extrañeza y una ligera molestia.

Pero como vivo en un Estado de Derecho, se me pasa en un santiamén, porque ahí está la Ley, siempre a mi lado, para prohibir en todo tiempo y lugar la publicidad de alcohol en horario infantil.

Yo al menos me siento protegido.

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