A la mierda. Leí el otro día en El Faro de Vigo que el Gobierno acaba de aprobar la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición, la cual incluye la prohibición de que en los Colegios se pueda adquirir bollería industrial. Esto ya es triste. Pero la ley deja, además, algunos flancos abiertos, que provocarán lamentables incidentes y malentendidos en los recreos de nuestras escuelas. Describiré uno, que presencié, no recuerdo si directamente o en sueños. Se trata de ese perillán de tercero de primaria que sale corriendo al patio con una pantera rosa en la mano, la misma que su madre ha comprado en el súper diciendo coño, las pantera rosa, pues no me comí pocas yo en el recreo, y todavía se venden, voy a comprar. Y entonces el monitor vigilante del patio, que ha sido contratado para favorecer el buen ambiente entre los críos y evitar peleas y minimizar los efectos de los cotidianos trompazos y discusiones, se ve abocado a hacer cumplir, por el bien del chaval, y contra el criterio de sus descuidados padres, la Ley de Seguridad Alimentaria, y le arrebata la pantera rosa diciendole, qué, te quieres convertir en un gordo el día de mañana, lleno de grasas saturadas que te salgan por los poros?, se acabó, trae aquí esa bazofia industrial y toma esta pera de Rincón de Soto que cumplirá con todos los requisitos de la dieta mediterránea, y que te aportará los nutrientes necesarios para llegar sano y salvo a las alubias con chorizo, tocino y costilla del menú de hoy, bribón!
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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