Me gusta hacer listas.
El día que cumplí 47 años hice una de las cosas por las que he hecho cola en mi vida.
La primera que recordé, por lo larga que era la cola, fue la que hice para entrar al museo del Real Madrid. Luego está la que hicimos para entrar al Reichtag. De esta nos rescató una amable azafata vestida de rojo, a la que mi mujer engañó acerca de la edad de los hijos. Luego, la que hacía para comprar en la carnicería de Pedro Mari, aunque fuera los sábados a las ocho y media de la mañana. También la que hice para subir con Ana a las torres de Notre Dame a ver las gárgolas, porque había visto el Jorobado de Notra Dame. Y la de entrar al Louvre, aunque esta vez nos colamos, a instancias otra vez de mi mujer, no penséis. Y la de todos los veranos en la pescadería de Palafrugell. Y una que hice una vez en la comisaría, para sacarme el pasaporte, y porque no tenía cita. Y para terminar, la que hacía en la Delegación de Educación del País Vasco, fuera a la hora que fuera y a hacer lo que fuera.
Que yo recuerde.
Por ninguna de esas cosas volvería a hacer cola. De hecho, hace ya algún tiempo que mi criterio de elección entre dos opciones, si es que estoy yo solo y no molesto a nadie, es no hacer cola. Por eso como en los peores restaurantes, veo las peores películas, y por las ciudades que visito solo callejeo.
Así gano tiempo.
Que luego empleo en mirar al techo tumbado en mi cama con las manos bajo la cabeza.
El día que cumplí 47 años hice una de las cosas por las que he hecho cola en mi vida.
La primera que recordé, por lo larga que era la cola, fue la que hice para entrar al museo del Real Madrid. Luego está la que hicimos para entrar al Reichtag. De esta nos rescató una amable azafata vestida de rojo, a la que mi mujer engañó acerca de la edad de los hijos. Luego, la que hacía para comprar en la carnicería de Pedro Mari, aunque fuera los sábados a las ocho y media de la mañana. También la que hice para subir con Ana a las torres de Notre Dame a ver las gárgolas, porque había visto el Jorobado de Notra Dame. Y la de entrar al Louvre, aunque esta vez nos colamos, a instancias otra vez de mi mujer, no penséis. Y la de todos los veranos en la pescadería de Palafrugell. Y una que hice una vez en la comisaría, para sacarme el pasaporte, y porque no tenía cita. Y para terminar, la que hacía en la Delegación de Educación del País Vasco, fuera a la hora que fuera y a hacer lo que fuera.
Que yo recuerde.
Por ninguna de esas cosas volvería a hacer cola. De hecho, hace ya algún tiempo que mi criterio de elección entre dos opciones, si es que estoy yo solo y no molesto a nadie, es no hacer cola. Por eso como en los peores restaurantes, veo las peores películas, y por las ciudades que visito solo callejeo.
Así gano tiempo.
Que luego empleo en mirar al techo tumbado en mi cama con las manos bajo la cabeza.
Las colas que recuerdo con auténtico horror, y sobre todo para lo efímero que luego resultaban los viajes, fueron las del PIN( parque infantil de Navidad) mientras mis hijos tuvieron edad de disfrutarlo.
ResponderEliminarLa primera Navidad que dejé de acompañarles, me pareció un delicioso regalo del Olentzero de ese año.