Egun on, Mikel.
A mí me gustaba el fútbol. Me gustaba tanto que iba a San Mamés una hora antes del comienzo del partido, porque había otros a los que gustaba el fútbol, e iban también una hora antes, y no había buen sitio para todos en la vieja Preferencia Norte de pie o en la nueva Grada Sur, también de pie, y convenía coger barra en la que posar el culo.
El ir por la Gran Vía era ya un estar, con camiseta sin marca, bufanda de lana sin mensajes y bandera con palo de madera de las que ya no se pueden meter al campo y con los que jamás vi a nadie agredir a nadie.
Los cánticos empezaban a las cuatro y cuarto, cuando el grupo de voces daba ya para un coro. Y le cantábamos al aire, porque en el campo no había ni futbolistas ni más espectador que nosotros mil. Luego entonábamos a ratos, no todo el partido, por respeto al común de espectadores, de perfil sosegado. Teníamos un repertorio muy limitado de canciones, de ínfima calidad artística, pero que atronaban el estadio. Y no seguíamos a ningún mochufa con megáfono, porque cada rato se arrancaba uno, y teníamos un vozarrón del carajo.
El fútbol se acabó hace tiempo, y ha sido sustituido por el producto fútbol, o el producto “La Liga”, que compite con el producto “Premier” o con el producto "Champions". Cualquier producto fútbol ha introducido en el fútbol un montón de artilugios que jamás deberían entrar a los estadios, como los megáfonos, hechos para torturar al espectador tranquilo y juicioso.
Con esos artefactos han tomado protagonismo en las gradas individuos a los que en el coro de la escuela les ponían en la parte de atrás diciéndoles que movieran la boca, pero que cantaran bajito, como para adentro. Alguno se presentaba a la extraescolar de bertsolaritza en la Ikastola, pero terminaban mandándole a la de ajedrez, y con las gradas de animación que ha incorporado el producto fútbol han alcanzado el protagonismo que la vida les negaba.
Y cuando sigues al que no toca, aunque sea cantando, pasa lo que pasa.
Genial
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