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verbenillas veraniegas

En las verbenillas veraniegas de la tardes (ya sabéis que mi avatar estúpido quiere prohibir las de la noche) se me van los ojos detrás de esas parejas de mujeres gruesas que se emparejan para bailar paquito el chocolatero. Tengo la sensación de estar viendo algo que no podría darse en ninguna otra cultura, y sobre lo que aún no hay tesis escrita ni por antropólogos ni por sociólogos.

No se buscan con la mirada, ni se miran cuando bailan, ni se miran cuando terminan el agarrao. Mantienen la mirada perdida en el infinito, y el gesto serio, como si en vez de bailar estuvieran pensando en la quiniela o poniendo un e-mail.

Se desplazan lateralmente y en redondo sin estridencias, y lo único que mueven son los pies y las pantorillas, y éstas poco, manteniendo el resto del cuerpo a merced de lo que el tren inferior disponga.

Y no se separan ni cuando llega esa parte en la que todos chillan como locos eh!, eh!, eh!, eh!.

Acabada la música retoman la conversación, con otras, y eso está bien, porque muestran que estas mujeres están a lo que están.

Una variante de esta escena es cuando una de las mujeres gruesas adopta como pareja de baile a un tiernito que ande por ahí rondando. Para hacerle una gracia, yo empujé al Xavi en dirección a una que había quedado desparejada, y una vez entró en su atmósfera fue atraido hacía ella como hace un imán con un clavo, una punta en este caso, y ahí terminó, llegada ya la noche, con las gafas apachurradas contra la barriga de la señora y dedicándome algunas sonrisas con lágrima, de las de te vas a enterar cuando acabe todo.

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