Sentado en un banco de la rambla de la llibertat de Girona asistí al curioso fenómeno de un niño al que se le había quedado pegado al labio superior el polo de naranja, de tal modo que cuando dejaba de sujetarlo con la mano, permanecía suspendido de la boca.
Me acordé inmediatamente de un rinoceronte. Estos animales tienen el labio superior puntiagudo, y son capaces de extenderlo unos treinta centímetros para recoger el alimento.
Al principio hacía gracia la escena. Se reía el hermano, la madre y el padre, y hasta el rinoceronte, digo, el niño. Pero luego, cuando ni aplicando unas gotitas de manzanilla se desprendía, cuando ni yendo al baño y aplicando agua caliente se desprendía, cuando se oían las sirenas de la ambulancia camino del hospital, cuando lo enterraron con un polo soldado al labio superior, entonces nadie rió.
Ni Dios.
Me acordé inmediatamente de un rinoceronte. Estos animales tienen el labio superior puntiagudo, y son capaces de extenderlo unos treinta centímetros para recoger el alimento.
Al principio hacía gracia la escena. Se reía el hermano, la madre y el padre, y hasta el rinoceronte, digo, el niño. Pero luego, cuando ni aplicando unas gotitas de manzanilla se desprendía, cuando ni yendo al baño y aplicando agua caliente se desprendía, cuando se oían las sirenas de la ambulancia camino del hospital, cuando lo enterraron con un polo soldado al labio superior, entonces nadie rió.
Ni Dios.
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