- Ha ido a pillar.
Salía del examen desanimada.
- Y encima borde, el tío.
Otra se quejaba de la actitud del juez, cuando ella contestó que las dos cámaras del Parlamento español eran la Alta y la Baja, y él la reconvino de muy malos modos diciendo que no, hombre, el nombre vulgar no, su nombre verdadero.
Se trata del juez Celemín, que trabaja en Getafe, de juez, aunque no se sabe para quién, para el enemigo, parece. Cuando se trata de conceder una nacionalidad, española, él se toma muy a pecho lo de detectar posibles fraudes en el expediente: ¿querrá este ser español de verdad o me estará engañando? me voy a enterar...
- A ver, joven, dígame quienes son Lope y Calderon.
- Dígame el nombre de tres poetas españoles de la posguerra.
- Dígame el nombre del vicepresidente del Gobierno de España.
- Dígame cómo se hace una tortilla española
Preguntas muchas que demuestran aviesa intención, porque la vicepresidenta es una señora, y porque la tortilla puede ser igual de española con cebolla o sin cebolla.
Algunos han puesto el grito en el cielo, diciendo que a ver qué se piensa este señor. Que ese examen no lo pasan muchos catedráticos de instituto de Valladolid, y nadie discute que sean españoles.
Pero el Tribunal Superior de Justicia de Madrid dice que este funcionario actúa conforme a Derecho, ya que el artículo 221 del reglamento del Registro Civil dice que se debe comprobar, oyendo personalmente al peticionario, el grado de adaptación a la cultura y estilo de vida españoles.
Sinceramente, no sé cómo se puede comprobar semejante cosa sin preguntar a ver quien es Yola Berrocal o qué es el célebre gol de Marcelino en el 64, sin que tengas que hablar muy alto o decir palabrotas, sin haber comprobado si frecuentas los bares o te gusta el vino con gaseosa.
Es que no lo entiendo.
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