Se me cayó tinta de la pluma en la camisa blanca más bonita que tengo. Tres manchurrones más bien pequeños y a la altura del omoplato, que no sé cómo fueron a parar ahí. Y como estaban donde estaban, y con un jersey encima ni se notan, y si vas sin jersey, pues tampoco porque la gente te mira a la cara y no a la espalda, pues he seguido usando mi camisa blanca como si el incidente no hubiera tenido lugar. Pero el otro día, mientras tomábamos café en un receso de la reunión, va una chica muy observadora y me dice que tengo la camisa manchada. Yo pongo cara de sorprendido, primera mentira, y digo que dónde, segunda mentira, y ella me dice que aquí, señalando el omoplato, y yo le digo que vaya, no me había dado cuenta, tercera mentira, y que muchas gracias por avisarme. Y todo por no reconocer que yo soy así con mis cosas, que hasta las que no están bien las sigo usando porque yo las quiero, y porque llevar tres manchurrones negros en la camisa convierten a ésta en metáfora de la vida, en la que llevo acumulados no ya tres, sino treinta y tantos.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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