Se me cayó tinta de la pluma en la camisa blanca más bonita que tengo. Tres manchurrones más bien pequeños y a la altura del omoplato, que no sé cómo fueron a parar ahí. Y como estaban donde estaban, y con un jersey encima ni se notan, y si vas sin jersey, pues tampoco porque la gente te mira a la cara y no a la espalda, pues he seguido usando mi camisa blanca como si el incidente no hubiera tenido lugar. Pero el otro día, mientras tomábamos café en un receso de la reunión, va una chica muy observadora y me dice que tengo la camisa manchada. Yo pongo cara de sorprendido, primera mentira, y digo que dónde, segunda mentira, y ella me dice que aquí, señalando el omoplato, y yo le digo que vaya, no me había dado cuenta, tercera mentira, y que muchas gracias por avisarme. Y todo por no reconocer que yo soy así con mis cosas, que hasta las que no están bien las sigo usando porque yo las quiero, y porque llevar tres manchurrones negros en la camisa convierten a ésta en metáfora de la vida, en la que llevo acumulados no ya tres, sino treinta y tantos.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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