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La acera de enfrente

Mientras miraba por la ventana, hicieron una acera enfrente de mi casa, así que ahora estamos mejor, porque las cacas de los perros se reparten entre las dos, la de allá y la de acá, y así pisamos la mitad de mierda que antes. El resultado es, empero, una calzada metro y medio más estrecha, en la que sigue permitiéndose el aparcamiento. Por ella tiene que pasar el mismo camión de la basura, igual de ancho que siempre. Para hacer posible una maniobra que ya antes era trabajosa, ahora se monta en la acera del lado de mi casa, dos veces, una marcha atrás para coger los detritus y otra hacia adelante para irse con ellos. Esta operación, que tiene lugar cada día a las seis de la mañana, provoca unas vibraciones muy agradables en el inmueble, como si te estuvieran haciendo conquillas con un masajeador eléctrico. Pero, nada es perfecto, está teniendo sobre la acera un efecto demoledor: cada vez está más hundida. Como no tengo nada que hacer en la vida, me he comprado un calibre, y voy midiendo el hundimiento, que cifro en 0,001 mm diarios. Lo anoto en mi libreta verde, en unas hojas nuevas, para que no se confundan con los resultados de otras investigaciones. Para hacer más completo el estudio, llevo dos semanas saliendo en pijama a hacer las mediciones intermedias, es decir, cuando el camión ya ha pasado marcha atrás y está recogiendo la basura, y antes de que pase otra vez. En hoja aparte anoto los comentarios de los operarios al verme.

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Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.