Sentaron a una señora en una silla giratoria del eroski, de las que usan
las cajeras, porque estaba cansada, que había tenido que ir al banco a
por el calendario, y al ambulatorio a curarse de sus heridas, una
consecuencia de un trompazo que se dió y las otras de las hostias que te
da la vida, pero estas no se curan aquí, señora, le decía la enfermera,
y a mí que más me da, contestaba, y luego en el eroski, allí sentada
en la silla de ruedas y con las paticas colgando molestaba a todo el
mundo, a las que preparaban los pedidos, quien ha puesto aquí esta
anciana, y a la gente que quería devolver el carro, señora, si quiere
jugar súbase al cochecito ese de los críos, que cuesta un euro, pero no
ande jodiendo por el medio, coño, que es Navidad y hay doscientas cosas
que hacer para que todo el mundo esté contento. La mujer acabó en el
frigorífico, entre unas sepias congeladas y unas gulas de Aguinaga, y
nadie reparó en ella hasta que no acabaron de repartir, ¿esta mujer
congelada con qué pedido va?, preguntaba el repartidor, y nadie dió
razón.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Me ha encantado tu cuento de Navidad, porque tiene un final feliz.
ResponderEliminarTotal, la pensión ya la tendría congelada, algo fría le dejaría el del Banco cuando le dijo que ya no quedaban calendarios y también daba la impresión de un corazón al fresco, por la falta de consideración de los que le rodeaban.
Y acabaron congelándole las penas.
Así me gusta. ¡Eso es espíritu navideño!