Sentaron a una señora en una silla giratoria del eroski, de las que usan
las cajeras, porque estaba cansada, que había tenido que ir al banco a
por el calendario, y al ambulatorio a curarse de sus heridas, una
consecuencia de un trompazo que se dió y las otras de las hostias que te
da la vida, pero estas no se curan aquí, señora, le decía la enfermera,
y a mí que más me da, contestaba, y luego en el eroski, allí sentada
en la silla de ruedas y con las paticas colgando molestaba a todo el
mundo, a las que preparaban los pedidos, quien ha puesto aquí esta
anciana, y a la gente que quería devolver el carro, señora, si quiere
jugar súbase al cochecito ese de los críos, que cuesta un euro, pero no
ande jodiendo por el medio, coño, que es Navidad y hay doscientas cosas
que hacer para que todo el mundo esté contento. La mujer acabó en el
frigorífico, entre unas sepias congeladas y unas gulas de Aguinaga, y
nadie reparó en ella hasta que no acabaron de repartir, ¿esta mujer
congelada con qué pedido va?, preguntaba el repartidor, y nadie dió
razón.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Me ha encantado tu cuento de Navidad, porque tiene un final feliz.
ResponderEliminarTotal, la pensión ya la tendría congelada, algo fría le dejaría el del Banco cuando le dijo que ya no quedaban calendarios y también daba la impresión de un corazón al fresco, por la falta de consideración de los que le rodeaban.
Y acabaron congelándole las penas.
Así me gusta. ¡Eso es espíritu navideño!