Como no puedo seguir desgastando neuronas en laboriosas investigaciones,
y no tengo nada mejor que hacer en la vida, voy leyendo libros viejos.
Con ello intento entender cómo
ha llegado la parte de la humanidad en la que vivo a esta situación
enajenada y absurda. Por ejemplo, he conocido que, inmediatamente
después de la
guerra civil española, el Régimen de Franco desaconsejaba a las chicas
cursar estudios superiores en los que "son obligadas a un trabajo
mental para ellas excesivo, que roba riego sanguíneo a regiones
orgánicas fundamentales para su porvenir de mujeres". Mi
entendimiento, privado de la capacidad para emprender reflexiones más
enjundiosas, se detuvo en lo de
las "regiones orgánicas". Para mí una región siempre ha sido Asturias, o
Castilla la Vieja, y no acabo de ver el concepto aplicado al cuerpo
humano. De todas maneras, lo que me quita de verdad el sueño es si no habrá sangre
humana suficiente en un cuerpo
humano para afrontar todos los empeños humanos en los que se quiera
empeñar la persona dueña de esa humanidad y de esa sangre y de ese
riego. También sufro imaginándome a unos empeños humanos robando riego
sanguíneo a otros
empeños humanos, como si no tuvieramos bastante con preocuparnos por los
chorizos de
fuera, tenemos ahora que preocuparnos por los chorizos de dentro del
organismo. Yo, en concreto, por la glándula que me ha robado las ganas
de vivir con
alegría desde las siete de la mañana.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Oye, ¿Pero tú, qué lees???
ResponderEliminarBueno, yo me leí "Usos amorosos de la postguerra española" de Carmen Mertin Gaite, y también aprendí cosas.
Y sobre lo de descuideros internos que estén atentos a la bajada de guardía de alguna región orgánica confiada,y ¡Zas!!, darte un chupetón..., algo de ello debe haber. Que si no, cómo se entiende la cara pálida, ganas de vomitar, mareo,...etec, etec... que se le instala a un alumno de la ESO en su humanidad ante esa nota por debajo de 5 del examen que daba por "Non problem". Pues es eso, que el palmito de uno, no muede estar a todo; que lo que empleas en un lado, de otro quitas. Y que no hay más.
No sé, qué diría House de todo esto.
Bueno, ahora voy al cole y se lo pregunto a la de Bio.