Como no tengo nada que hacer, voy a los bares y me meto en las
conversaciones de gente que va a los bares porque tampoco tienen nada
que hacer. Como hablaban de ascensores, y el tema se me da bien, les
conté lo que me pasó aquella vez estando en consultas externas del Hospital, cuando el elevador era tan lento. Cómo una señora con cochecito de niño y
niño dentro intentó subir en el cuarto hasta el sexto para después
bajar. Expulsarla de la cabina costó bastante. El primer herido fui
yo, porque entró con tanto ímpetu que las ruedas del cochecito se
trabaron con las ruedas de mi silla, y al ir a equilibrarme de nuevo caí
al suelo, entre los pies de dos adolescentes que se pusieron a gritar
como adolescentes. Una auxiliar se empeñó en ayudarme, pero no podía
pasar. Primero, porque el cochecito del bebé estaba en medio, y segundo,
porque las adolescentes no dejaban de gritar, contagiando ya al bebé,
que empezó a llorar con estrépito. Mi hermano, que me acompañaba, trató
de cerrar la silla para llegar hasta donde estaba yo, y levantarme, pero
se enredó con un bolso de una señora que hasta el momento permanecía
callada, y que empezó a pegar con el bolso a mi hermano en toda la
cabeza gritando chorizo de mierda, pero tú qué te has creido, seguridad,
seguridad. Un médico de apellido Liendres que ocupaba el rincón del
fondo se hartó de tanto grito y amenazó a la señora con hacerle a su
hijo unas rayitas en el culo con un bisturí que llevaba en el bolsillo
si no se bajaba. Y oye, mano de santo. Se fue la señora del cochecito,
eso sí, gritando seguridad, seguridad, por los pasillos, a mí me levantó
mi hermano, el médico le dió un cachete a la gritona del bolso, que se
calmó, y las dos adolescentes cambiaron los gritos de adolescente por
las risitas de asolescente. Había mucha más gente, pero solo miraban. Y
en media hora de viaje, ya estábamos en el sexto. Y luego mis nuevos
amigos contaron más de ascensores. Dos horas estuve en el bar.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Aupa Pedro... cuando leo que te pones a mirar por la ventana siempre me acuerdo de estos versos de Atxaga (los canta Ruper, jakina) y como soy de pocas fidelidades (en mi familia se llevaban tres: el PNV, el athletic y la virgen de Begoña) yo cambié alguna de ellas por Atxaga y ya ves. Me encanta lo de las banderas piratas... Yo te sigo esperando para hacer el maratón, no lo olvides
ResponderEliminarBatzuetan jartzen naiz
etxetik begira
begiak jausten zaizkit
leihotik behera
lurrean salto eginez
kanikak balira
gaua etorri arte
dibertitzen dira.
Ikusmira galduta
asper naizenean
gogoa ipintzen dut
etorkizunean
zer egin behar dudan
euskaldun artean
suizidatzen ez banaiz
datorren urtean.
Estraineko gauza
zeharo alpertu
jatearekin soilik
nor da gaur kontentu?
Asmatu behar ditut
makina bat santu
egutegia festaz
erabat gorritu.
Lagunekin paratu
txokolate jatea
saku-karrerak eta
bidaia handiak
ezagutu nahi ditut
enpatxu-eztiak
Konstantinopla eta
Parisko zubiak.
Apaizei sotanak
dizkiet kenduko
itsasontzi piraten
banderak egiteko
tiobibo batetan
denok gara igoko
zintzoak garelako
ez dugu ordainduko.
Musika joko dugu
alde guztietan
batek bonboan eta
besteak tronpetan.
Biluzirik bainatu
ilargi-argitan
maitia bilatuko
dugu ur azpitan.
Biziko gara horrela
hiru ehun bat urtez
banku guztietako
jabetzaren kaltez
sufrimendua eta
negarraren ordez
farra eta farrandaz
historia betez.
Ta horrelakorik inoiz
gerta ez baledi
izan gintezke arrano
batzuetan txori
txit ondo hitz eginez
eskuetan geldi
borreroak baditu
milaka aurpegi.