Como no tengo nada que hacer por las mañanas, fui al Carrefour a comprar
unos adornos para el árbol de Navidad, porque de tantas veces como ha
petado la instalación, tenía el espumillón negro y quedaba muy mal
combinado con las bolas del Real Madrid que me trajo mi cuñada de la
tienda oficial. Asistí a la pelea de dos mujeres a las que separaba un
guardia jurado que decía señoras, por favor, una y otra vez, mientras
recibía sopapos de ambos lados. Parece ser que las dos querían la misma
Monster High, o algo así, una muñeca feísima por la que yo no me pegaría
con nadie. Me quedé como un pasmarote, mirando y sin intervenir, porque
eso es lo último que se le ocurriría a una persona recién operada,
medio coja y con el entendimiento nublado como consecuencia de la
ingesta masiva de medicamentos pródigos en efectos secundarios. El agente de la autoridad desconocía todo ello, y se tomó
bastante mal mi pasividad, de manera que me volví a casa con una bronca
tan grande que se me quitaron las ganas de seguir con el rollo de las
velas y del espumillón, y con el ánimo bastante decaído, como
corresponde a estas fechas asquerosas.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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