Como no tengo nada que hacer por las mañanas, fui al Carrefour a comprar
unos adornos para el árbol de Navidad, porque de tantas veces como ha
petado la instalación, tenía el espumillón negro y quedaba muy mal
combinado con las bolas del Real Madrid que me trajo mi cuñada de la
tienda oficial. Asistí a la pelea de dos mujeres a las que separaba un
guardia jurado que decía señoras, por favor, una y otra vez, mientras
recibía sopapos de ambos lados. Parece ser que las dos querían la misma
Monster High, o algo así, una muñeca feísima por la que yo no me pegaría
con nadie. Me quedé como un pasmarote, mirando y sin intervenir, porque
eso es lo último que se le ocurriría a una persona recién operada,
medio coja y con el entendimiento nublado como consecuencia de la
ingesta masiva de medicamentos pródigos en efectos secundarios. El agente de la autoridad desconocía todo ello, y se tomó
bastante mal mi pasividad, de manera que me volví a casa con una bronca
tan grande que se me quitaron las ganas de seguir con el rollo de las
velas y del espumillón, y con el ánimo bastante decaído, como
corresponde a estas fechas asquerosas.
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.
Comentarios
Publicar un comentario