Como no tengo nada que hacer en la vida, miro a través de la ventana.
Ahora ando a ver quién es el siguiente pringao que intenta meter una bolsa en el contenedor de reciclado múltiple que han instalado en la esquina. Es uno de esos de muchos colores en el que puedes echar lo que quieras, desde un monopoly hasta la tapa de un móvil o la ropa que se le queda pequeña al más pequeño de tus hijos, pobre, que no ha estrenado ni unos malditos calzoncillos en nueve años.
Siempre está lleno, el contenedor, y la abertura por la que se meten las cosas siempre está obstruida. A veces el pardillo de turno lleva a cabo un segundo intento, estirando del tirador y pensando que el primero lo hizo sin aplicar la fuerza pertinente. Otros más burros meten la mano izquierda mientras tiran con la otra, con la idea de remover el presunto impedimento, y se acaban pillando un dedo y lanzando una blasfemia. Otros miran alrededor pensando que es una broma y que habrá alguien grabando. Y todos, como intentando demostrar lo justificado de su incivismo, mirar alrededor cuando depositan la bolsa en el puñetero suelo, y si ven que alguien lo ha visto, mascullan entre dientes unos vocablos como vaya mierda, no se abre.
Inmediatamente, el gitano apostado en la esquina, carga la bolsa en la furgoneta y se va.
Como no tengo nada que hacer, miro a través de la ventana.
Ahora ando a ver quién es el siguiente pringao que intenta meter una bolsa en el contenedor de reciclado múltiple que han instalado en la esquina. Es uno de esos de muchos colores en el que puedes echar lo que quieras, desde un monopoly hasta la tapa de un móvil o la ropa que se le queda pequeña al más pequeño de tus hijos, pobre, que no ha estrenado ni unos malditos calzoncillos en nueve años.
Siempre está lleno, el contenedor, y la abertura por la que se meten las cosas siempre está obstruida. A veces el pardillo de turno lleva a cabo un segundo intento, estirando del tirador y pensando que el primero lo hizo sin aplicar la fuerza pertinente. Otros más burros meten la mano izquierda mientras tiran con la otra, con la idea de remover el presunto impedimento, y se acaban pillando un dedo y lanzando una blasfemia. Otros miran alrededor pensando que es una broma y que habrá alguien grabando. Y todos, como intentando demostrar lo justificado de su incivismo, mirar alrededor cuando depositan la bolsa en el puñetero suelo, y si ven que alguien lo ha visto, mascullan entre dientes unos vocablos como vaya mierda, no se abre.
Inmediatamente, el gitano apostado en la esquina, carga la bolsa en la furgoneta y se va.
Como no tengo nada que hacer, miro a través de la ventana.
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