El autocierre es uno de los mejores inventos del último cuarto de siglo.
En mi casa no se usaban bolsas de basura, sino bolsas de El Corte
Inglés, hechas de un plástico tan resistente que nunca regalimaba por
ningún lado. Lo asqueroso era cerrarlas, porque en mi casa teníamos la
puta costumbre de llenarlas hasta arriba y luego no había forma de hacer
un nudo sin llenarse de mierda los dedos. Por eso nadie quería sacar la
basura. Bueno, por eso y porque eran cuatro pisos sin
ascensor. Digo todas estas sandeces porque como no hay forma de
encontrar nada divertido ni inteligente que hacer, alguna mañana que
otra aterrizo por el servicio de devoluciones y de atención al cliente
de Carrefour. A mirar. Esta mañana una señora ha recorrido los
kilómetros que le separan de su casa para devolver tres rollos de bolsas
de basura de esas con autocierre porque al cortar por la linea de
puntos, que es por donde se separan ahora las bolsas una de otra, te
llevabas por delante el autocierre de la siguiente. La devolución de los
tres rollos ascendía a un euro con cinco céntimos, que le fueron
abonados en su tarjeta VISA Gold, con la que los había pagado. Luego
entró al supermercado y se gastó su euro con cinco en otros tres rollos
de bolsas de basura, y se fue a su casa. A probar las bolsas, y a más
cosas, imagino.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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