Como no hago nada de provecho más que deberes de cuarto de
primaria, me he dado cuenta de que las plantas son seres vivos que llevan a
cabo las mismas funciones que un ser humano, como comer, respirar y reproducirse.
La noticia me llenó de inquietud y me fui inmediatamente a la terraza con mi
silla de director de cine y mi libreta verde. Me senté delante de dos plantas y
me puse a observar la fotosíntesis. No pasaba nada, y al cabo de dos horas de laborioso pensar
deduje que era porque con mi cabeza tapaba el sol, que a su vez ya estaba
tapado por unas nubes muy gordas, y cuyos tímidos rayos no pegaban en las hojas
sino en mi hueso occipital. Y como no quería que nadie pensara que me había
pasado la mañana sin hacer nada, hice un dibujo de las plantas, con unas flechas
que salían de las hojas y con unas flechas que señalaban en dirección a las
hojas, como en los libros, y un cráneo con un interrogante sobre el mismo, y
dejé la libreta abierta encima del escritorio a ver si alguien se fijaba en mi
laborioso quehacer. Pero no fue objeto de atención por parte de nadie. No me
importa mucho, porque sé que los investigadores nunca hemos sido comprendidos
en nuestro tiempo. Sin embargo, y gracias a estas lineas fijadas en la red para la posteridad, no dudo de que la historia me juzgará con benevolencia.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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