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Luces y sombras

No falla. Cada año, al día siguiente de terminar de colocar por las calles del pueblo todos esos colgajos que sirven de adorno navideño, se levanta un vendaval que termina con la mitad de ellos por los suelos. Entonces, como no tengo nada que hacer, cojo mi cestita, meto la libreta verde por si se me ocurre iniciar una investigación, y me voy por ahí a recoger bombillas que no se hayan roto al caer, y me las llevo a casa antes de que algún bestia las pise y las rompa. Con ellas compongo lo que me sale: un calcetín de Papá Noel, una campana, una bola de Navidad, una mula y un buey, no sé, y las cuelgo del árbol después de conectar los cables a la red. Con la luz que dan mis adornos no hace falta encender el resto del alumbrado doméstico en ningún momento del día. Eso sí, cuando enciendo el horno se va la instalación eléctrica de toda la manzana. Algo he hecho mal.

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Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque