Cada vez nos lo pasamos mejor en la ambulancia. Como siempre vamos los mismos... Y ya tenemos confianza con el conductor. Ayer me devolvió mi casette de Demis Roussos, que ya llevábamos una semana con el, y le dí uno de José Vélez, que pusimos para cantar todos durante el viaje, "ven a tomar, el vino nuevo de mi tierra nataaaal". En el viaje de ida me tocó el asiento de atrás, desde el que me pegaba las toñejas el paralítico, y me dí cuenta de que me gusta más porque tiene los cristales tintados. Así puedes hacer burla a los de la OTA sin que se den cuenta.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Como los niños malos que buscan sentarse al final del autobús.
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