El Txo es una de esas personas entrañables que uno se encuentra en cualquier lugar de trabajo. En lugar de poner "El Txo, fisioterapeuta", en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, como todo el mundo en el Hospital, lleva en su zueco escrito: "el Txo", como diciendo, a quien quiera mirarle a los pies, aqui estoy yo. Y despelucado, porque no le da tiempo a peinarse, tan pronto se levanta por las mañanas, recorre el pasillo de rehabilitación arriba y abajo una y otra vez con el único objetivo de no encontrarse con nadie, ni fisio ni paciente, que le dé que pensar o que trabajar. El empeño es imposible, porque el pasillo mide diez metros y hay cuatro boxes con aparatos a la derecha, todos llenos de personas lesionadas diciendo ay, ay, y cosas parecidas, y no hay uno, ni dos, sino cuatro recuperadores, contándole a él, recorriendo el mismo pasillo. Y a pesar de todo lo consigue, qué bárbaro. En la hora larga que me ocupan los tres aparatos, no veo al Txo ocuparse de nada. Ni a ninguna de sus compañeras molestarle con comentarios como a ver si haces algo o ya está bien de mirar.
Un figura.
Un figura.
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