Terminado el periodo vacacional infantil, y al respirar la paz de la casa en esta mañana de mayo, con el único ruido del tic tic de los deditos en el teclado, y con la luz de la primavera llenándolo todo de verde y azul, llevo un rato notando un punto de saturación ambiental inexplicable. Como una angustia aquí que no acabo de entender. Busco el por qué, dejo de trabajar y me aplico a la contemplación. A la contemplación interior, para ver si era algo de las transaminasas o del alma. Y a la contemplación exterior, del paisaje de la casa. Y ahí encuentro la respuesta: mire donde mire, hay una foto de los niños. Sobre la mesa, sobre el piano, colgadas de la pared... Igual que Andy Whittaker, yo también pienso que estoy cayendo en una innecesaria duplicación, esto es, cada día, ahí están ellos, en carne y hueso, y luego, cuando se van, ahí están otra vez, encima de la mesa, o sobre el piano, o donde sea. Esto no puede ser bueno. Ni para las transaminasas ni para el alma. Así que se acabó.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
¡Serás padrazo....! Dremiadelamorhermoso!
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