Terminado el periodo vacacional infantil, y al respirar la paz de la casa en esta mañana de mayo, con el único ruido del tic tic de los deditos en el teclado, y con la luz de la primavera llenándolo todo de verde y azul, llevo un rato notando un punto de saturación ambiental inexplicable. Como una angustia aquí que no acabo de entender. Busco el por qué, dejo de trabajar y me aplico a la contemplación. A la contemplación interior, para ver si era algo de las transaminasas o del alma. Y a la contemplación exterior, del paisaje de la casa. Y ahí encuentro la respuesta: mire donde mire, hay una foto de los niños. Sobre la mesa, sobre el piano, colgadas de la pared... Igual que Andy Whittaker, yo también pienso que estoy cayendo en una innecesaria duplicación, esto es, cada día, ahí están ellos, en carne y hueso, y luego, cuando se van, ahí están otra vez, encima de la mesa, o sobre el piano, o donde sea. Esto no puede ser bueno. Ni para las transaminasas ni para el alma. Así que se acabó.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
¡Serás padrazo....! Dremiadelamorhermoso!
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