Siempre me ha llamado la atención el empeño de algunos calvos por dejar crecer mucho el pelo en aquellas partes de su cráneo en que todavía lo hace. El taxista que me llevó también. Sólo que los pelos le crecían en la parte frontal de la nariz, algo que no había visto nunca, y en las cejas, que peinaba hacia atrás y hacia arriba, como Quevedo los bigotes. Condujo como un bruto y diciendo palabrotas, pero llegamos en seguida. Y no se le movió un pelo, aún con la ventana bajada. Al menos que yo notara.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
¡Por Dios, por favor, por Thor y por Odín!
ResponderEliminar¡¡¡¡¡qué clase de individuo has descrito!!!!!!!
Luego se duda de dónde le acaba la cara a un calvo....
¡A éste le empieza la cara debajo de las cejas!
Hoy tengo pesadillas, seguro.