A mi mujer le viene estupendamente que yo vaya en silla de ruedas por la calle. Enseguida me pone encima de las piernas el portafolios y el bolso, y hala. Con el esfuerzo de empujar le empieza a sobrar la ropa, y pone la chaqueta encima del bolso, y sin doblar ni nada, que ocupa más. A veces pasa un hijo y pone encima del montón el balón y el jersey, este también hecho una pelota. Y si nos cruzamos con la niña que viene de compras, planta encima del todo la bolsa de Bershka. Y así vamos por el pueblo a tomar unos vinos. Yo escondido y mi familia detrás, empujando.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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