A las personas, cuando te ven en silla de ruedas parado en una esquina leyendo o mirando al cielo a ver cómo se acerca una tormenta, les resultas familiar, o lastimero, no sabría cómo decirlo, y se sienten obligados a hacer algo, a cumplir con una norma de urbanidad. Como no saben el qué, suelen saludar. Así, con un chasquido de lengua o con un ligerísimo movimiento de cabeza, o con un gruñido apenas audible.
Y cuando les contestas bien alto diciendo buenos días, señor, se sobresaltan. Qué gracia, oye!
Y cuando les contestas bien alto diciendo buenos días, señor, se sobresaltan. Qué gracia, oye!
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