Ir al contenido principal

Vergüenza zoológica

Una de las cosas a las que dedico el tiempo es a leer cosas de hace seis meses. Me imagino cómo era mi vida entonces, entre los pinos de la Costa Brava, y todo se me hace más fácil, y me duele menos la vida, digo la pierna.

Citaba Sánchez Ferlosio, en El País del 7 de agosto, al Marqués de Bradomín, cuando este dice (Sonata de Estío, de Valle Inclán) que al "al ver los puñetazos pueriles y grotescos en la cubierta de la goleta, descubrí una nueva versión de la vergüenza: la vergüenza zoológica".

Así es como ven muchos el deporte, y no es extraño. Los que gustamos del fútbol solemos cubrirlo de una pátina de sentimientos y glamour, pero debajo no hay mucho más que esos comportamientos animales, rodeados de bastante interés mercantil. O sea, mierda.

Ahora comentan la patada de De Jong a Xabi Alonso en la final del Mundial, ¿os acordáis, qué bestia?. Pero siempre ha sido igual. Otros futbolistas, internacionales, han hecho lo mismo. Simeone pisó a Guerrero en San Mamés hasta hacerle un agujero en la pierna, lo que le valió, al agresor, ser adorado por el Frente Atlético, y a Julen el sobrenombre de maricón, con el que le recibían en todos los campos de España. Seguramente por lloriquear después de la agresión, y contarla.

Javier Navarro, el capitán del Sevilla, se protegió de un choque con un codazo tan brutal que dejó a Juan Arango inconsciente, convulsionando en el césped, hasta que un masajista, que en realidad era un ángel disfrazado, le salvó la vida al evitar que se tragara la lengua. A aquella pareja de criminales que formaban él y Pablo Alfaro los veneraban en Nervión.

Y a medida que se endiosa al sinvergüenza, es más animal el comportamiento.

Luego solo queda la victoria. Así la afición está contenta.

Pan y circo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque