Vengo observando que el tamaño de las palanganas del aeropuerto de Barajas en las que los pasajeros depositan monedas, objetos metálicos, cinturones, ordenadores, botas, relojes, móviles y navajas de Albacete, es mucho menor que el de las palanganas del aeropuerto de Bilbao. Es más, las de Bilbao son desproporcionadamente grandes y las de Madrid desproporcionadamente pequeñas, y en los dos me siento igual de absurdo cargándolas.
Lo que no saben los promotores de esta absurda diferencia de criterio es que uno tiende a llenar más aquello que es más grande, y menos lo más pequeño. Con lo cual, en Bilbao el trabajo se acumula detrás del escáner, con mogollón de gente en poco sitio poniendose otra vez hasta los piercings del ombligo, y en Madrid el agobio se concentra en el mismo arco detector de metales, donde pita persona sí, persona no, porque es tan pequeña la palangana que la llenas con dos mierdas, y como no es cuestión de pasar con catorce recipientes de esos, porque no puedes cargarlos, dices bah, esto no pita, y luego va, y si pita.
Y luego los operarios se estresan, porque sea antes, durante o después, el trabajo se acumula, y tienen que resolver tres conflictos por minuto con gente siempre medio desnuda. Y eso que se esfuerzan por ser eficaces y atentos. Por favor, si es usted tan amable, muchas gracias, no se olvide las espuelas de montar, señorita, muy bonitos sus calcetines, caballero, muy original este collar de perro de su hija adolescente, señora.
Pero como no podía ser de otra manera, algunos se pasan de vueltas, como aquel del otro día que pedía que dejáramos las bandejas en el coño su madre, o esta de ayer que insistía en que le diera mi carnet de marcapasos, que fue la treta que se inventó el señor calvo de detrás después de pitar seis veces en el arco detector de metales.
No sé de qué me habla señorita, le contesté, vamos caballero, que no tengo toda la mañana, le insisto, señorita, que no llevo marcapasos, no me haga perder el tiempo o llamo a seguridad, pero si seguridad es usted, pues es verdad, entonces no me haga enfadar, haga usted el favor, y así hasta que pasé dos veces sin pitar, la segunda haciendo el pino con la ayuda de uno que me aguantaba los pies arriba.
Bueno, por lo menos aprendí que los que llevan marcapasos tienen carnet. Me recordó cuando en los autobuses había asientos reservados para caballero mutilado, portador del carnet oficial. Voy a preguntar a ver si hay también carnet para los que llevamos tornillos en la tibia, y así solo tengo que pasar con las dos bandejas en los brazos, seis si es Madrid, y la tarjeta de embarque, el DNI y el carnet de los tornillos en la boca.
Viva la dignidad del ser humano.
Lo que no saben los promotores de esta absurda diferencia de criterio es que uno tiende a llenar más aquello que es más grande, y menos lo más pequeño. Con lo cual, en Bilbao el trabajo se acumula detrás del escáner, con mogollón de gente en poco sitio poniendose otra vez hasta los piercings del ombligo, y en Madrid el agobio se concentra en el mismo arco detector de metales, donde pita persona sí, persona no, porque es tan pequeña la palangana que la llenas con dos mierdas, y como no es cuestión de pasar con catorce recipientes de esos, porque no puedes cargarlos, dices bah, esto no pita, y luego va, y si pita.
Y luego los operarios se estresan, porque sea antes, durante o después, el trabajo se acumula, y tienen que resolver tres conflictos por minuto con gente siempre medio desnuda. Y eso que se esfuerzan por ser eficaces y atentos. Por favor, si es usted tan amable, muchas gracias, no se olvide las espuelas de montar, señorita, muy bonitos sus calcetines, caballero, muy original este collar de perro de su hija adolescente, señora.
Pero como no podía ser de otra manera, algunos se pasan de vueltas, como aquel del otro día que pedía que dejáramos las bandejas en el coño su madre, o esta de ayer que insistía en que le diera mi carnet de marcapasos, que fue la treta que se inventó el señor calvo de detrás después de pitar seis veces en el arco detector de metales.
No sé de qué me habla señorita, le contesté, vamos caballero, que no tengo toda la mañana, le insisto, señorita, que no llevo marcapasos, no me haga perder el tiempo o llamo a seguridad, pero si seguridad es usted, pues es verdad, entonces no me haga enfadar, haga usted el favor, y así hasta que pasé dos veces sin pitar, la segunda haciendo el pino con la ayuda de uno que me aguantaba los pies arriba.
Bueno, por lo menos aprendí que los que llevan marcapasos tienen carnet. Me recordó cuando en los autobuses había asientos reservados para caballero mutilado, portador del carnet oficial. Voy a preguntar a ver si hay también carnet para los que llevamos tornillos en la tibia, y así solo tengo que pasar con las dos bandejas en los brazos, seis si es Madrid, y la tarjeta de embarque, el DNI y el carnet de los tornillos en la boca.
Viva la dignidad del ser humano.
"Eg que", como dirían en Madrid, hay tantas situaciones además de las charlas malas de solemnidad, que atentan contra la dignidad humana en los países desarrollados... porque en los no desarrollados son prácticamente todas.
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