Una de las costumbres sociales más nefandas es la de visitar a familiares enfermos a los hospitales. No sé cómo no lo prohíben, siendo tan claramente atentatorio a los derechos humanos más intimos y personales, como tirarse pedos u oler a sobaquillo. Se somete además al enfermo a la obligación de recordar una y otra vez su dolencia, para explicarla ahora a una tía sorda, luego a una tía que no quiere oirte, sino que viene a hablar de cosas que no le interesan nada a nadie más que a ella, y luego una tía (todo suelen ser hermanas de padre o de madre) que no tiene nada mejor que hacer, lo que quiere decir que no sabe vivir, porque hay dos o tres cosas mejor que hacer un domingo por la tarde que visitar a un sobrino a un Hospital, como ir a ver Torrente 4 o seguir la jornada de fútbol en carrussel, o hacer madalenas. Tampoco entiendo que los Hospitales limiten a dos el número de personas que pueden estar por paciente en una habitación, cuando eso ya da la posibilidad de que hablen entre ellos, y si son sociables, que es lo peor que puede pasar, con los otros dos del enfermo de la otra cama. Cuatro personas sociables pueden elevar el nivel de decibelios en una habitación de un hospital hasta un limite insoportable, y luego te echas un eructo y les molesta, encima. Oyee, te dicen, que hay personas...
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Es que como está en las obras de misericordia:"Visitar y cuidar a los enfermos".
ResponderEliminarYo recuerdo con horror, recién operada de apendicitis con 14 años, la amiga de mi madre contando chistes para amenizar la visita y yo sintiendo que se me soltaban los puntos mientras lloraba de dolor y ella seguía y seguía pensando que era de risa.
¡Maldición!