Me preguntaba mi amiga a principios de semana que qué tal los primeros pasos, que si iba saliendo de este marasmo de punzadas alevosas que recorrían mi pierna. Y le contestaba que los primeros pasos estaban por venir. Que lo que me llevaba de la cama al váter y del váter a la cama no podían llamarse pasos.
Y que mis hijos lloraban al ver el despojo humano que soy colgado del hombro de su madre (menos mal que Osakidetza incorpora como novedad la atención psicológica a menores en caso de enfermedades degradantes de sus padres).
Eso sí, debo apuntar una novedad. El domingo por la noche volví a Urgencias por tercera vez y me trataron distinto. Esta vez, como a una oveja. El bueno de mi hermano agarró con una mano los informes, con otra las radiografías y con el pie paró la silla de ruedas conmigo encima que le arrojaron desde la sala de yesos.
Todo lo demás, fenomenal.
Y que mis hijos lloraban al ver el despojo humano que soy colgado del hombro de su madre (menos mal que Osakidetza incorpora como novedad la atención psicológica a menores en caso de enfermedades degradantes de sus padres).
Eso sí, debo apuntar una novedad. El domingo por la noche volví a Urgencias por tercera vez y me trataron distinto. Esta vez, como a una oveja. El bueno de mi hermano agarró con una mano los informes, con otra las radiografías y con el pie paró la silla de ruedas conmigo encima que le arrojaron desde la sala de yesos.
Todo lo demás, fenomenal.
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